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Capítulo IX Del gobierno espiritual que hay en el reino del Perú No ha sido el cuidado de los católicos Reyes de España en el bien espiritual de los indios menor que en el temporal, pues, sin duda, en el primero, concerniente a la utilidad de sus almas, han sido siempre vigilantísimos, y dado señales evidentísimas de Reyes, no sólo católicos sino cristianísimos, con un celo piadosísimo de la conversión de los indios, que tan sobre los ojos, como a hijos muy regalados y tiernos, tienen. Porque a esta nueva grey de Jesucristo, porque a los Sumos Pontífices les ha sido encargado, han enviado de ordinarios pastores santísimos, y que sólo han atendido al interés espiritual y la ganancia de sus almas, olvidados de las temporales de hacienda y riquezas. De ningún prelado del Perú se ha dicho ni notado cosa fea ni que desdijese de la obligación de su dignidad y oficio; antes, todos han trabajado y sudado en ciar muestras de verdaderos padres de los indios y, merecedores del nombre apostólico que tienen. recibiéndolos ordinariamente con afabilidad y amor, y tratando como a hijos y procurando, cuando ha sido de su parte, que no sean vejados y molestados. Gobiérnase el Reino del Perú, en lo espiritual, por dos arzobispos metropolitanos, que residen en la Ciudad de los Reyes y la Ciudad de la Plata. El de los Reyes tiene por sufragáneos el obispado de la ciudad del Cuzco, Arequipa, Guamanga, Trujillo, el de Santiago y la Imperial, en el Reino de Chile, el de Quito y Panamá; de todos los cuales acuden con las causas pertenecientes al fuero eclesiástico, en grado de apelación, a la Ciudad de los Reyes, donde el Arzobispo tiene un provisor y vicario general y juez de apelaciones que las ve, prosigue, determina y sentencia.

Todos estos obispos y arzobispos reconocen y obedecen al Sumo Pontífice Romano, como a cabeza universal de la Iglesia, sucesor del Príncipe de los apóstoles San Pedro y Vicario de Jesucristo en la tierra. Del Perú se interponen apelaciones a él, y se siguen ante su nuncio apostólico que reside en España, a quien están subordinados, las causas del Perú e indias. De los sufragáneos de la Plata se dirá al tiempo. El Arzobispo y obispos, cada uno en su diócesis, atienden con grandísima vigilancia a extirpar y deshacer los ritos, supersticiones y ceremonias que los indios antiguamente usaban, y a castigar los ministros, que el demonio procura entremeter con todo secreto, y sacarlos y arrancarlos de entre estos nuevos sembrados, porque no ahoguen las plantas que van cada día creciendo. Tienen todos sus distritos señalados y el sustento y, rentas proceden y salen de los diezmos, los cuales, como la tierra va ya cada día en aumento, y las heredades, viñas, estancias y crías de ganado, también las rentas crecen y se multiplican. El Arzobispo y obispos, en todas las partes y ciudades de españoles y en las provincias de indios, tienen constituidos vicarios, con comisión de conocer de algunas causas que no son graves. En los pueblos de indios hay puestos sacerdotes, curas que administran los santos sacramentos, confiesan, bautizan, entierran y casan a los indios. Unos destos curas están en un pueblo solo, y en algunos hay tres y cuatro curas, conforme el número de indios que los habitan, y otros tienen a su cargo dos, tres y cuatro pueblos, atendiendo a la gente, y la distancia que hay de unos pueblos a otros, que todo se ha dispuesto y concertado con la mejor comodidad de los indios.

A estos sacerdotes se les da, su estipendio suficientísimo por su trabajo, con cargo de decir dos misas en la semana, por la conversión de los indios, el cual se saca de la gruesa de los tributos, primero que cosa ninguna, y así ello son ante todos pagados y satisfechos. Por la administración de los sacramentos no llevan cosa ninguna a los indios, ni por los enterrar, ni las sepulturas, porque ellos hacen a su costa y trabajo las iglesias para oír misa. Cuando no pueden enmaderarlas y cubrirlas, el Rey católico les ayuda y, hace que sus encomenderos les ayuden con dinero para los oficiales carpinteros y albañiles. Las iglesias se hacen conforme a los pueblos, y algunas son tan grandes y suntuosas que pueden competir con las catedrales. Son a lo más ordinario servidas con mucha decencia y cuidado, porque tienen sus sacristanes y sus cantores, con maestro de capilla y de escuela, indios que enseñan y cantan y tocan chirimías y flautas y cornetas y bajones. Hay entre ellos muy buenas voces, y por este servicio que hacen a la iglesia, son reservados de pagar tributo y de acudir a las minas y a otros servicios personales. Así el culto divino cada día se va celebrando con más devoción, piedad y reverencia. Los curas de los indios están siempre con cuidado en destruir los vicios, que entre ellos renacen, de idolatría, embriaguez y sensualidad, apartándolos de ellos con amonestaciones, sermones y castigos y, en los negocios graves, dan cuenta a los obispos para que los remedien.

Tienen sus fiscales indios de confianza, que juntan los indios e indias los domingos y fiestas y otros días señalados, a que oigan la doctrina christiana, y a los muchachos, cada día, para que no la pongan en olvido; y así los indios ordinarios van aprovechando en la religión, de suerte que se va perdiendo la memoria de los ritos antiguos; y ya estuviera del todo extinta, si se hubieran entresacado los indios viejos y viejas en quien se conserva. Frecuéntanse ya las confesiones, y muchos indios christianos y entendidos en los misterios de nuestra fe, y recogidos en sus costumbres, reciben el Santísimo Sacramento de la Eucaristía con mucha devoción, y los jubileos e indulgencias los procuran ganar con grandísima alegría. De suerte que, por la diligencia y estudio de sus curas, el demonio va perdiendo de su jurisdicción, y la bandera de Jesuchristo extendiéndose. El Arzobispo y obispos salen y visitan muy de ordinario sus anchas y extendidas diócesis, corriendo y viendo ocularmente los pueblos e iglesias y los bienes de las fábricas y hospitales, remediando agravios, deshaciendo abusos y dando leche de doctrina a sus ovejas, y administrando el Santísimos Sacramento de la confirmación como ministro dél, y corroborando y fortaleciendo en la fe católica estos nuevos christianos, y alegrando a sus ovejas con la presencia del pastos principal, y haciéndoles limosnas. El que más se ha señalado en esta visita personalmente, entre todos los prelados de las Indias, fue don Toribio Alfonso Mogrovejo, natural del Principado de Asturias, segundo Arzobispo de la Ciudad de los Reyes y sucesor de don Fray Gerónimo de Loaysa, primer Arzobispo, y el que tantas muestras dio de prelado docto, prudente y sabio en las revoluciones del Perú, y por cuyo consejo y ayuda los Virreyes gobernaron, y aun el licenciado Pedro Gasca que allanó el Perú, que siempre le tuvo a su lado.

Don Toribio, que le sucedió, fue increíble el cuidado y solicitud que tuvo en la visita de sus ovejas que, con ser tan grande y extendido su distrito, le visitó cinco veces todo, sin dejar pueblo pequeño ni grande que no viese, y con sola su persona y con ánimo infatigable, no perdonando caminos agrios y fragosos. Jamás descansó, entrando a provincias de indios no conquistados, de los cuales fue recibido y reverenciado con amor de verdadero padre de ellos. Estos viajes nunca los hizo con aparato y gasto de bestias y cargas, sino como un clérigo particular, por excusar trabajo y fastidio y carga a los indios; es cierto que pasaron de más de seiscientas mil almas las que confirmó por su persona. En medio de estas peregrinaciones, vino a rendir el alma a Dios en la villa de Saña, a veinte y tres de marzo del año de mil y seiscientos y seis, dejando vivo ejemplo a sus sucesores y demás prelados del Perú, para imitarle en todo. De suerte que por los principales seglares y los eclesiásticos y sus ministros y coadjutores se atiende y mira con admirable solicitud el bien, utilidad y aumento de los indios en las almas y en los cuerpos. Pues del Sumo Pontífice Romano, aunque tan lejos y distante esté por la longitud de tierras, provincias, y mares que hay en medio, es sin duda, que en el amor paternal y en el celo de su conversión y salvación de sus almas, están conjuntísimos y los tiene delante de los ojos, encomendándolos cada día a Dios en sus sacrificios, y mandando que en toda la cristiandad se haga memoria de ellos, rogando a Dios los confirme en su santa fe, y les abra el entendimiento para conocer el bien que poseen con ella, y les han hecho y hacen mil favores y privilegios, atendiendo a su flaca naturaleza, reservándolos de muchos días de fiesta de la observancia dellos y de los ayunos, dejándoles sólo los viernes de cuaresma y el Sábado Santo y Pentecostés, y vigilia de la Natividad del Señor.

Dispensando con ellos en grados prohibidos por la iglesia, para que se puedan casar en cuarto y tercero grado de consanguinidad y afinidad y en otros más estrictos, y concediendo facultad, para que sean absueltos de los casos reservados a la Santa Sede Apostólica, y enviándoles cada día jubileos e indulgencias, para enriquecer sus almas, y librarlas de las penas debidas en el Purgatorio por sus culpas, y otros mil indultos y privilegios como si los tuviese presentes. Ninguna cosa se le pide al Sumo Pontífice para las Indias y naturales della, que con grandísima benevolencia y amor no la conceda luego, abriendo el infinito tesoro que Christo Nuestro Señor Redentor dejó a su iglesia. Con suma liberalidad sea él loado y ensalzado en este nuevo orbe por infinitos siglos, amén. Así si en el tiempo que sus Yngas y reyes los rigieron y gobernaron, fueron sustentados en paz, tranquilidad y justicia, y vivieron con seguridad y quietud, el día de hoy, que, debajo del mando y monarquía de los católicos reyes de España, más guardados, defendidos y amparados están, con un Rey tan celoso de su bien y tan piadoso y christianísimo, fuera de los castigos crueles y despiadados, que experimentaron de sus Yngas por pequeños delitos. Así es su estado de los indios del Perú más feliz y dichoso que el antiguo, puestos en carrera de salvación de sus almas, y viviendo debajo de leyes santas y justas, y gobernados por Padres amantísimos, que así se pueden decir los Reyes y Prelados que tienen.

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