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Desarrollo


CAPITULO III Detención en Cádiz: Embárcase para Veracruz, y lo que practicó en el camino el Venerable Padre Junípero Hallábase en Cádiz la Misión colectada para el Colegio de San Fernando de México esperando ocasión para embarcarse, y luego que llegamos a tierra fuimos dirigidos al Hospicio de la Misión, y recibidos en él con afectuosas expresiones, tanto del R. P. Comisario, como de los demás Religiosos; Refiriónos luego S. R. la casualidad que había sucedido de los cinco (que como queda dicho) se habían amedrentado, con la cual habían dado lugar a nuestra venida, y añadió que ojalá hubiésemos sido cinco los pretendientes, que otras tantas Patentes habría enviado. Al oir esto el V. P. Junípero le respondió, que pretendientes no faltaban, y que si hubiese tiempo podrían venir. Díjole el P. Comisario que tiempo había suficiente; porque habiendo la Misión de embarcarse en dos trozos, podrían ellos hacerlo en el último, y dándole tres Patentes, las despachó a la Provincia: Con ellas vinieron los P. P. Fr. Rafael Verger, Fr. Juan Crespí, y Fr. Guillermo Vicens, movidos todos del ejemplo de N.V.P. Junípero. El día 28 de Agosto del año de 1749 se embarcó en Cádiz el primer trozo de la Misión: componíase del Presidente (hijo del Colegio de Sancti Spiritus, en la Provincia de Valencia) y de otros veinte Religiosos, entre los cuales venía mi venerado Padre. En el dilatado viaje de noventa y nueve días que tardamos en llegar a Veracruz, se ofrecieron bastantes incomodidades y sustos, porque en lo reducido del Buque tuvo que acomodarse (a más de esta Misión) otra de RR.

PP. Dominicos, y muchos pasajeros de caracter; y por la escasez de agua que en los quince días antes de llegar a Puerto Rico se experimentó de ella, se nos minoró tanto la ración, que la que nos daban en las 24 horas de cada día, poco pasaba de un cuartillo, y ni aún se podía hacer chocolate. Pero padeció Fr. Junípero estos trabajos con tanta paciencia, que jamás se le oyó la menor queja, ni se le advirtió tristeza alguna; con lo que admirados los Compañeros, solían preguntarle: que si no tenía sed. Pero su respuesta era: no es cosa de cuidado; y si alguno se quejaba, de que no podía aguantarla, le respondía con mucha gracia y mayor doctrina: "Yo he hallado algún medio para no tener sed, y es, el comer poco y hablar menos para no gastar la saliva." En todo el tiempo de la navegación jamas se quitó el Santo Cristo del pecho, ni aún para dormir: Todos los días (salvo los en que el temporal no daba lugar) celebraba el Santo Sacrificio de la Misa: Ocupándose de noche en confesar a los que para este efecto lo solicitaban: Venerábanlo todos como a muy perfecto y santo, por el grande ejemplo que les daba con su humildad y paciencia. Llegamos a hacer aguada a la isla de Puerto Rico a mediados de Octubre, y desembarcados en ella la tarde de un día Sábado: fuimos a hospedarnos a una Ermita titulada de la Purísima Concepción (situada sobre la muralla de la Ciudad) la cual tenía su Capilla con tres altares, y bastante vivienda para toda la Misión.

Entrada ya la noche nos convidó el Ermitaño o Sacristán que cuidaba de la Capilla, si queríamos asistir al rezo de la Corona, al que concurría aquella gente por ser Sábado. Aún no habían acabado de desembarcar todos los Religiosos, con cuyo motivo estaba ocupado el P. Presidente: Encargóle a nuestro Fr. Junípero, que fuese a dicha Capilla con los que estábamos ya en tierra, y le dijo: Que podía desde el Púlpito rezar los Gozos de nuestra Señora, y decir cuatro palabras para consuelo de la gente. Asistimos y cantamos la Tota pulchra, y concluida ésta, dijo mi venerado Padre cuatro palabras, que fueron éstas: "Mañana para consuelo de los moradores de esta Ciudad se dará principio a la Misión, que durará el tiempo de la detención del Navío: convido a todos para mañana en la noche en la Catedral, donde se comenzará." No pudo menos que este convite y anuncio de Misión sorprendernos a todos, y mucho más al R. P. Presidente, que ni había pensado en tal cosa; y preguntándole al R. P. Lector, que por qué lo había hecho, respondió que así lo había entendido de S. R. "Porque ¿qué palabras (dijo) de mayor consuelo podría yo referir a estos pobres Isleños, que anunciarles tendrían Misiones en el tiempo de nuestra detención?" Alegróse de esto el P. Presidente y así mismo todos los Misioneros, y más cuando tuvimos noticia de que la mayor parte de aquella gente no se había confesado desde que estuvo allí la otra Misión de San Fernando, y practicó lo mismo hacía nueve años.

E1 día siguiente al entrar la noche, habiéndonos repartido por la Ciudad a dar el asalto con Pláticas y saetas, nos juntamos en la Iglesia Catedral: En ella predicó el primer Sermón a un numeroso concurso de gente el R. Padre que presidía la Misión, y el segundo día lo hizo el R. Padre Fr. Junípero. Quince días se detuvo allí el Navío, y de éstos fueron ocho a pedimento de la Ciudad, para que la Misión siguiera. En este tiempo empleándonos todos en confesar de día, y la mayor parte de la noche, se consiguió que todos los vecinos se confesasen y ganaran el jubileo, pues según se dijo, no quedó persona alguna sin confesar, atribuyendo todos este espiritual fruto al fervoroso celo de nuestro Venerable Padre. Concluida la Misión, salimos de aquel Puerto para el de Veracruz día 2 de Noviembre, y estando ya a la vista de él (a últimos del mismo mes) se levantó un norte tan furioso, que obligó a poner la proa para la sonda de Campeche, y caminando hacia ella, sobrevino una desecha tempestad, que duró los días 3 y 4 de Diciembre, y en la noche de este último, dándose todos por perdidos, no tenían más recurso que disponerse para la muerte; pero nuestro Fr. Junípero se mantuvo en medio de tanta tempestad con tan inalterable paz y quietud de ánimo, como si desde luego se hallara en el día más sereno, de suerte, que preguntándole si tenía miedo, respondía, que algo sentía; pero que en haciendo memoria del fin de su venida a las Indias, se le quitaba luego.

La misma fue su tranquilidad, cuando en la misma noche nos avisaron se había sublevado la tripulación del Navío contra el Capitán y Pilotos, pidiendo ir a varar para que algunos se salvasen, pues ya ni el Barco podía aguantar, ni las bombas eran suficientes para agotar la mucha agua que hacía. De estos peligros nos libró Dios por intercesión de la gloriosa Virgen y Mártir Santa Bárbara, que en aquel día celebra anualmente la iglesia; pues habiendo todos los Religiosos que veníamos de las dos Misiones puesto en una cédula el Santo de su devoción, y uno de los nuestros en la suya a la expresada Santa Bárbara, salió sorteada por Patrona, y clamando todos a una voz: Viva Santa Bárbara, cesó en aquel mismo instante la tempestad, y el viento adverso se mudó tan benigno, que dentro de dos días, y en el sexto de Diciembre, dimos fondo en Veracruz, y el siguiente, víspera de la Purísima Concepción de Ntrâ. Señora, desembarcamos sin novedad.

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