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Desarrollo


CAPITULO III Que trata de cómo Hernando Cortés fue recibido de paz por las cabezas de Tlaxcalla Habiendo, pues, tomado Cortés la razón de toda la tierra y de la grandeza y majestad de Moctheuzoma y de sus contrarios en Cempohuallan, escribió una carta a la provincia de Tlaxcalla, a los cuatro señores de ella, diciéndoles cómo él había llegado a esta tierra con deseo de vellos y conocellos y ayudalles en todos sus trabajos y necesidades, que bien sabía estaban apretados y opresos de las grandes tiranía de los culhuas mexicanos, y que él venía en nombre de un gran señor, que se llamaba el emperador D. Carlos, y que traía consigo al verdadero Dios, porque los dioses que ellos adoraban eran falsos y hechos a mano y por mano de hombres mortales, y que el Dios que él y sus compañeros adoraban era el que había criado el cielo y la tierra y todo lo que en él había, y que allí les enviaba un sombrero, una espada y una ballesta para que viesen la fortaleza de sus armas, las cuales traía para socorrer y favorecerlos como a hermanos contra aquel tirano y fiero carnicero de Moctheuzoma, porque él sabía que los tenía muy enojados. Estas cosas y otras de gran presunción contenía la carta; pero como no sabían leer, no pudieron entender lo que contenía. Los mensajeros que la traían dijeron de palabra estar razones relatadas porque Malintzin se las dio a entender para que de palabra ansí las dijesen a los señores y caciques de Tlaxcalla. Y como llegasen, los mensajeros cempohualtecas dieron la espada, carta y ballesta y sombrero de seda de tafetán carmesí, que antiguamente se usaban unos chapeos velludos de seda.

Y con estas cosas y otras que con los mensajeros añadieron, pusieron en extraña alteración a toda la república de Tlaxcalla. Ayuntados los cuatro señores de las cuatro cabeceras y los más principales y demás caciques sobre lo que se determinaría en este caso, si por ventura matarían a los mensajeros de Cempohuallan por ser, como eran, vasallos de mexicanos, no viniesen de industria con acechanza de parte de los culhuaques de México, o si era prodigio o abusión de alguna mala nueva. Y estando en esta consulta, salió resuelto de que no los matasen, sino que dijesen a aquellas gentes que eran tenidos por dioses, que fuesen bien venidos, que cuando les pareciese venir a su tierra serían bien recibidos. Y en este ayuntamiento dijo el gran Xicotencatl a Maxixcatzin, a Citlalpopocatzin y a Hueyolotzin: "Ya sabéis, grandes y generosos señores, si bien os acordáis, cómo tenemos de nuestra antigüedad cómo han de venir gentes de la parte de donde sale el Sol, y que han de emparentar con nosotros, y que hemos de ser todos unos, y que han de ser blancos y barbudos, que han de traer celadas en las cabezas por señal de gobierno, que han de ser zancudos, y que han de traer armas muy fuertes y más fuertes que nuestros arcos (por la ballesta que ansí la llamaban) que no las podemos enarcar, y con espadas de delicados filos, que nuestras armas comparadas con éstas no son muy tenidas ni estimadas en nada. Estos son y estos nos vienen a buscar, y no son otros. ¿En qué mejor tiempo que éste pueden venir, que llevamos de vencida la provincia de Huexotzinco, que los tenemos arrinconados en las haldas de la Sierra Nevada, y desde allí están pidiendo socorro a Moctheuzoma? Nos curemos de más venganza.

Estos dioses u hombres, veamos lo que pretenden y quieren, porque las palabras con que nos saludan son de mucha amistad, y bien deben de saber nuestros trabajos y continuas guerras, pues nos lo envían a decir". Con esto los mensajeros se volvieron a Cortés, y en el inter los sacrificios de sus dioses infernales, ritos y supersticiones no cesaban, antes se hacían con más fervor y cuidado. Ya en este tiempo los dioses mudos se caían de sus lugares, temblores de tierra y cometas del cielo, que corrían de una parte a otra por los aires. Los grandes lloros y llantos de niños y mujeres, de gran temor y espanto, de que el mundo perecía y se acababa, que no hay lengua ni pluma que lo pueda ponderar y encarecer. Como Cortés no hacía sino marchar, llegó a los confines y términos de esta provincia con su gente buena y católica compañía, donde fue recibido con algazara, escaramuzas y gran aspereza de guerra, donde mataron un español y dos caballos como atrás dejamos declarado, por los indios otomís de Texohuatzinco, guardarraya y fronteros que guardaban aquella frontera; mas sabido por los tlaxcaltecas, les fueron mandados y enviados mensajeros, que fueron Coztomatl y Zohinpanecatl, para que no los enojasen y que los dejasen pasar por donde quisiesen. Y ansí fue, que habiendo estado algunos días en este pueblo de Tecohuatzinco, se movieron de allí y se vinieron a Tlaxcalla, donde el gran señor Xicotencatl recibió a Cortés de paz y a sus compañeros, cuyo recibimiento fue el más solemne y famoso que en el mundo se ha visto ni oído, porque en tierras tan remotas y extrañas y apartadas nunca a príncipe alguno se había hecho otro tal, porque salieron los cuatro señores de las cuatro cabeceras de la Señoría y República de Tlaxcalla con la mayor pompa y majestad que pudieron, acompañados de otros muchos tecuhtles y pyles y grandes señores de aquella República, más de cien mil hombres, que no cabían en los campos y calles, y que parece cosa imposible.

El primer recibimiento se les hizo en Tzompanzingo, lugar muy principal de Tlaxcalla. Allí fue recibido Cortés de los principales en aquel pueblo. De allí pasaron los nuestros a otro lugar muy grande, que llamaban Atliquitlan, de aquí salieron otros tecuhtlis y pyles de muy gran valor y estima, donde salió Piltecuhtli acompañado de gran muchedumbre de gente. Y de este lugar bajaron a Tizatlan, que es el lugar de la cabecera de Xicotencatl. Aquí, en este lugar y casas de Xicotencatl, por ser muy viejo, no salió de su casa más que hasta un patio donde había unas gradas de poca bajada. Aquí estuvieron todos los demás señores de las cabeceras, que eran Maxixcatzin, Citlalpopocatzin, Tlehuexolotzin y demás señores al respecto, para hacer tan solemnísimo recibimiento. Llegados los nuestros y puestos en ordenanza a donde debían ser recibidos, llegó Xicotencatl a abrazar a Hernando Cortés y hacelle la salva, como en efecto lo hizo; mas Cortés, como hombre sagaz y astuto y no en ningún caso descuidado, ansimismo le abrazó, más, siempre con gran recato, le asió de la muñeca del brazo derecho, y no se consintió apretar el cuerpo. Y de esta forma y término lo hizo con Maxixcatzin, Citlalpopocatzin y Tlehuexolotzin. Hecha esta ceremonia tan famosa, se fueron Xicotencatl, Cortés y Malintzin mano a mano hasta donde habían de ser alojados y aposentados, tratando de su venida y de cómo los venía a visitar y ayudar en lo que se les ofreciese y a castigar a Moctheuzoma, su capital enemigo, y toda la demás gente de culhua, que en aquella sazón prevalecía y predominaba en toda la máquina de este Nuevo Orbe, donde era tan temido y adorado y reverenciado como si fuese su dios, teniendo señorío, poder y mando en este tan remoto y apartado imperio sobre todas las naciones de estas tan extrañas partes.

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