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Desarrollo


CAPÍTULO II Que el cielo es redondo por todas partes, y se mueve en torno de sí mismo Mas viniendo a nuestro propósito, no hay duda sino que lo que el Aristóteles y los demás peripatéticos, juntamente con los estoicos sintieron cuanto a ser el cielo todo de figura redonda y moverse circularmente y en torno, es puntualmente tanta verdad, que la vemos con nuestros ojos los que vivimos en el Pirú, harto más manifiesta por la experiencia de lo que nos pudiera ser por cualquiera razón y demostración filosófica. Porque para saber que el cielo es todo redondo y que ciñe y rodea por todas partes la tierra, y no poner duda en ello, basta mirar desde este hemisferio aquella parte y región del cielo que da vuelta a la tierra, la cual los antiguos jamás vieron. Basta haber visto y notado ambos a dos polos, en que el cielo se revuelve como en sus quicios; digo el polo Ártico y Septentrional que ven los de Europa y este otro Antártico o Austral (del que duda Augustino) cuando pasada la Línea Equinocial trocamos el Norte con el Sur acá en el Pirú. Basta finalmente haber corrido navegando más de sesenta grados de Norte a Sur, cuarenta de la una banda de la Línea, y veinte y tres de la otra banda, dejando por agora el testimonio de otros que han navegado en mucha más altura y llegado a cuasi sesenta grados al Sur. ¿Quién dirá que la nao Victoria, digna cierto de perpetua memoria, no ganó la victoria y triunfo de la redondez del mundo, y no menos de aquel tan vano vacío y caos infinito que ponían los otros filósofos debajo de la tierra, pues dio vuelta al mundo y rodeó la inmensidad del gran Océano? ¿A quién no le parecerá que con este hecho mostró que toda la grandeza de la tierra por mayor que se pinte, está sujeta a los pies de un hombre, pues la pudo medir? Así que sin duda es el cielo de redonda y perfecta figura, y la tierra, abrazándose con el agua, hacen un globo o bola cabal, que resulta de los dos elementos, y tiene sus términos y límites, su redondez y grandeza, lo cual se puede bastantemente probar y demostrar por razones de filosofía y de astrología, y dejando aparte aquellas sutiles que se alegan comúnmente de que al cuerpo más perfecto (cual es el cielo) se le debe la más perfecta figura, que sin duda es la redonda; de que el movimiento circular no puede ser igual y firme si hace esquina en alguna parte, y se tuerce como es forzoso; si el sol y luna y estrellas no dan vuelta redonda al mundo.

Mas dejando esto aparte, como digo, paréceme a mí que sola la Luna debe bastar en este caso como testigo fiel en el cielo, pues entonces solamente se escurece y padece eclipse cuando acaece ponérsele la redondez de la tierra ex diámetro entre ella y el sol, y así estorbar el paso a los rayos del sol; lo cual cierto no podría ser si no estuviese la tierra en medio del mundo rodeada de todas partes de los orbes celestes, aunque tampoco ha faltado quien ponga duda si el resplandor de la luna se le comunica de la luz del sol. Mas ya esto es demasiado dudar, pues no se puede hallar otra causa razonable de los eclipses y de los llenos y cuartos de luna, sino la comunicación del resplandor del sol. También si lo miramos, veremos que la noche ninguna otra cosa es sino la escuridad causada de la sombra de la tierra, por pasársele el sol a otra banda. Pues si el sol no pasa por la otra parte de la tierra sino que al tiempo de ponerse se torna haciendo esquina y torciendo, lo cual forzoso ha de conceder el que dice que el cielo no es redondo, sino que como un plato cubre la haz de la tierra, síguese claramente que no podrá hacer la diferencia que vemos de los días y noches que en unas regiones del mundo son luengos y breves a sus tiempos y en otras son perpetuamente iguales. Lo que el santo doctor Augustino escribe en los libros de Genesi ad litteram, que se pueden salvar bien todas las oposiciones y conversiones, y elevaciones y caimientos, y cualesquier otros aspectos y dispusiciones de los planetas y estrellas, con que entendamos que se mueven ellas estándose el cielo mismo quedo y sin moverse, bien fácil se me hace a mí de entenderlo y se le hará a cualquiera como haya licencia de fingir lo que se nos antojare.

Porque si ponemos por caso, que cada estrella y planeta es un cuerpo por sí, y que la menea y lleva un ángel al modo que llevó a Abacuh a Babilonia, ¿quién será tan ciego que no vea que todas las diversidades que parecen de aspectos en los planetas y estrellas, podrán proceder de la diversidad del moviento que el que las mueve voluntariamente les da? Empero no da lugar la buena razón, a que el espacio y región por donde se fingen andar o volar las estrellas, deje de ser elemental y corruptible, pues se divide y aparta cuando ellas pasan, que cierto no pasan por vacuo; y si la región en que las estrellas y planetas se mueven es corruptible, también ciertamente lo han de ser ellas de su naturaleza, y por el consiguiente se han de mudar y alterar, y en fin acabar. Porque naturalmente lo contenido no es más durable que su continente. Decir pues, que aquellos cuerpos celestes son corruptibles, ni viene con lo que la Escritura dice en el Salmo, que los hizo Dios para siempre, ni aun tampoco dice bien con el orden y conservación de este universo. Digo más, que para confirmar esta verdad de que los mismos cielos son los que se mueven, y en ellos las estrellas andan en torno, podemos alegar con los ojos, pues vemos manifiestamente que no sólo se mueven las estrellas, sino partes y regiones enteras del cielo; no hablo sólo de las partes lúcidas y resplandecientes, como es la que llaman Vía Láctea, que nuestro vulgar dice Camino de Santiago, sino mucho más digo esto por otras partes oscuras y negras que hay en el cielo.

Porque realmente vemos en él unas como manchas que son muy notables, las cuales jamás me acuerdo haber echado de ver en el cielo cuando estaba en Europa y acá en este otro hemisferio las he visto muy manifiestas. Son estas manchas de color y forma que la parte de la luna eclipsada, y parécensele en aquella negrura y sombrío. Andan pegadas a las mismas estrellas y siempre de un mismo tenor y tamaño, como con experiencia clarísima lo hemos advertido y mirado. A alguno por ventura le parecerá cosa nueva y preguntará de qué pueda proceder tal género de manchas en el cielo. Yo cierto no alcanzo hasta agora más de pensar que como la galaxia o Vía Láctea, dicen los filósofos que resulta de ser partes del cielo más densas y opacas, y que por eso reciben más luz, así también por el contrario hay otras partes muy raras y muy diáfanas o transparentes, y como reciben menos luz, parecen partes más negras. Sea esta o no sea esta la causa (que causa cierta no puedo afirmarla), a lo menos en el hecho que haya las dichas manchas en el cielo, y que sin discrepar se menean con el mismo compás que las estrellas, es experiencia certísima y de propósito muchas veces considerada. Infiérese de todo lo dicho, que sin duda ninguna los cielos encierran en sí de todas partes la tierra, moviéndose siempre alderredor de ella, sin que haya para qué poner esto más en cuestión.

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