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Desarrollo


Capítulo II Del gran ídolo llamado Tezcatlipuca y del modo con que era solemnizado La fiesta del ídolo Tezcatlipuca era muy solemnizada de esta gente con mucha diferencia de ritos y sacrificios, con que significaban la mucha reverencia que le tenían, que casi igualaba esta fiesta con la de Huitzilopuchtli. Llamábanla la fiesta de Toxcatl, que era una de las fiestas de su calendario, por cuya causa solemnizaban en su día dos fiestas: una de las del número de su calendario, que era Toxcatl, y la otra del ídolo Tezcatlipuca. El cual ídolo era de una piedra muy relumbrante y negra, como azabache, vestido de algunos atavíos galanos a su modo. Cuanto a lo primero, tenía zarcillos de oro y otros de plata, en el labio bajo tenía un canutillo de viril cristalino, en el cual estaba metida una pluma verde y otras veces azul que de fuera parecía esmeralda o turquesa, era este viril como un jeme de largo. Encima de una coleta de cabellos que tenía en la cabeza, le ceñía una cinta de oro bruñido, la cual tenía por remate una oreja de oro con unos humos pintados en ella, que significaba las palabras y aliento de los ruegos de todos los aflijidos y pecadores que llegaba a sus oídos; entre esta oreja y la cinta salían unas garzotas blancas en gran número. Al cuello tenía colgado un joyel de oro, tan grande que le cubría todo el pecho. En ambos brazos tenía brazaletes de oro y en el ombligo una rica piedra verde. En la mano izquierda tenía un mosqueador de plumas preciadas azules, verdes y amarillas, que salían de una chapa redonda de oro muy bruñida, reluciente como un espejo, con que daba a entender que en aquel espejo veía todo lo que se hacía en el mundo; a esta chapa de oro llamaban itlachiaya, que quiere decir "su mirador".

En la mano derecha tenía cuatro saetas, que significaban el castigo que por los pecados daba a los malos. Era el ídolo que más temían, porque no les descubriese sus delitos. Era éste en cuya fiesta (que era de cuatro en cuatro años) había perdón de pecados. Sacrificaban en este día a uno que elegían para ser semejanza de este ídolo. En las gargantas de los pies tenía unos cascabeles de oro. Tenía en el pie derecho una mano de venado atada siempre, que significaba la ligereza y agilidad en sus obras y poder. Estaba rodeado con una cortina de red muy labrada toda de negro y blanco, con una orla a la redonda de rosas blancas, negras y coloradas muy adornadas de plumería, y en los pies unos zapatos muy galanos y ricos. Con este adorno estaba de continuo. El templo en que estaba este ídolo era alto y muy hermosamente edificado. Tenía, para subir a él, ochenta gradas, al cabo de las cuales había una mesa de doce o trece pies de ancho y, junto a ella, un aposento ancho y largo como una sala, la puerta ancha y baja. Estaba esta pieza toda entapizada de cortinas galanas de diversas labores y colores. La portada de esta pieza está siempre cubierta con un velo rico, con que la pieza estaba de ordinario obscura. No podía entrar ninguno a este lugar, sólo los sacerdotes que para el culto de este ídolo estaban diputados. Delante de esta puerta había un altar de la altura de un hombre y, sobre él, una peana de madera, de altura de un palmo, sobre la cual estaba puesto el ídolo en pie.

El altar estaba adornado de cortinas ricamente labradas, y las vigas de esta sala con muchas pinturas, de ellas pendía sobre el ídolo un guardapolvo muy aderezado de plumería con insignias, divisas y armas muy vistosas, de diversas hechuras y guarnecidas de piedras y oro. Celebrábase la fiesta de este ídolo a diez y nueve de mayo, y era la cuarta fiesta de su calendario. En la víspera de esta fiesta venían los señores al templo y traían un vestido nuevo, conforme al del ídolo, el cual le ponían los sacerdotes quitándole las otras ropas, que guardaban en unas cajas con tanta reverencia como nosotros tratamos los ornamentos, y aun más. Había en estas arcas del ídolo muchos aderezos y atavíos, joyas, preseas y brazaletes, plumas ricas que no servían de nada sino de estarse allí. Todo lo cual adoraban como al mismo dios. Demás del vestido con que le adornaban este día, le ponían particulares insignias de plumas, brazaletes, quitasoles y otras cosas. Compuesto de esta suerte, quitaban la cortina de la puerta para que fuese visto de todos y, en abriendo, salía una dignidad de las de aquel templo, vestido de la misma manera que el ídolo, con unas rosas en la mano y una flauta pequeña de barro, de un sonido muy agudo. Y vuelto a la parte de oriente la tocaba, y volviendo a occidente y al norte y sur hacía lo mismo. Habiendo tañido hacia las cuatro partes del mundo, denotaba que los presentes y ausentes lo oían; ponía el dedo en el suelo y, cogiendo tierra en él, lo metía en la boca y la comía en señal de adoración.

Lo mismo hacían todos y, llorando, postrábanse invocando a la obscuridad de la noche y al viento, rogándoles que no les desamparasen ni los olvidasen, o que les acabasen la vida y diesen fin a tantos trabajos como en ella se padecen. En sonando esta flautilla, los ladrones, fornicarios, homicidas o cualquier género de delincuentes tomaban grandísimo temor y tristeza, y algunos se cortaban de tal manera que no podían disimular haber delinquido en algo. Todos aquellos días no pedían otra cosa a este dios, sino que no fuesen sus delitos manifiestos, derramando muchas lágrimas con gran compunción y arrepentimiento, ofreciendo cantidad de incienso para aplacar a dios. Los valientes y valerosos hombres y todos los soldados viejos que seguían la milicia, en oyendo la flautilla, con grande agonía y devoción pedían al Dios de lo Criado, al Señor por Quien Vivimos, al sol y a los otros principales dioses suyos que les diesen victoria contra sus enemigos, y fuerza para prender muchos cautivos, para honrar sus sacrificios. Hacíase la ceremonia sobredicha diez días antes de esta fiesta, en los cuales tañía aquel sacerdote la flautilla para que todos hiciesen aquella adoración de comer tierra y pedir a los dioses lo que querían, haciendo cada día oración alzados los ojos al cielo con suspiros y gemidos como gente que se dolía de sus culpas y pecados, aunque este dolor de ellos no era sino por temor de la pena corporal que les daban y no por la eterna, porque certificaban que no sabían que en la otra vida hubiese pena tan estrecha.

Así, se ofrecían a la muerte sin pena, entendiendo que todos descansaban en ella. Llegando el propio día de la fiesta de este ídolo Tezcatlipuca, juntábase toda la ciudad en el patio para celebrar asimismo la otra fiesta del calendario, que ya dijimos se llamaba Toxcatl, que quiere decir "cosa seca". La cual fiesta se enderezaba a pedir agua del cielo al modo que nosotros hacemos las rogativas. Así, hacían esta fiesta siempre por mayo, que es el tiempo donde hay más necesidad de agua. Comenzaba su celebración a 9 de este mes y acabábase a 19 (). En la mañana del último día sacaban sus sacerdotes unas andas muy aderezadas con cortinas y cendales de diversas maneras. Tenían estas andas tantos asideros cuantos eran los ministros que las habían de llevar, todos los cuales salían embijados de negro, con unas cabelleras largas trenzadas por la mitad de ellas con unas cintas blancas y con unas vestiduras de la librea del ídolo. Encima de aquellas andas ponían el personaje del ídolo señalado para este oficio que ellos llamaban "semejanza del dios Tezcatlipuca", y tomándolo en los hombros lo sacaban en público al pie de las gradas. Salían luego los mozos y mozas recogidos de aquel templo con una soga gruesa torcida de sartales de maíz tostado, y, rodeando todas las andas con ellos, ponían una sarta de lo mismo al cuello del ídolo y en la cabeza una guirnalda. Llamábase la soga Toxcatl, denotando la esterilidad y sequía del tiempo. Salían los mozos rodeados con unas cortinas de red y con guirnaldas y sartales de maíz tostado; las mozas salían vestidas de nuevos atavíos y aderezos con sartales de lo mismo al cuello, y en las cabezas llevaban unas tiras hechas de varillas, todas cubiertas y ataviadas de aquel maíz, emplumados los pies y los brazos, y las mejillas llenas de color.

Sacaban, asimismo, muchos sartales de este maíz tostado y poníanlos a los principales en las cabezas y cuellos, y en las manos unas rosas. Después de puesto el ídolo en sus andas, tendían por todo aquel lugar gran cantidad de pencas de una mata que acá llaman maguey, cuyas hojas son anchas y espinosas. Puestas las andas en los hombros de los sobredichos llevábanlas en procesión por dentro del circuito del patio, llevando delante de sí dos sacerdotes con dos braseros o incensarios, incensando muy a menudo el ídolo. Cada vez que echaban el incienso, alzaban el brazo cuanto alto podían hacia el ídolo y hacia el sol, pidiéndoles subiesen sus peticiones al cielo como subía aquel humo a lo alto. Toda la demás gente se estaba queda en el patio, volviéndose en rueda hacia la parte donde iba el ídolo. Llevaban todos en las manos unas sogas de hilo de maguey nuevas, de una braza, con un nudo al cabo, y con aquellas se disciplinaban dándose grandes golpes en las espaldas, de la manera que acá se disciplinan el Jueves Santo. Toda la cerca del patio y las almenas estaban llenas de ramos y rosas, también adornadas y con tanta frescura que causaba gran contento. Acabada esta procesión, tornaban a subir su ídolo a su lugar, donde le ponían, saliendo luego gran cantidad de gente con rosas aderezadas de diversas maneras, y henchían el altar y la pieza y todo el patio de ellas, que casi parecía aderezo de monumento. Estas rosas ponían por sus manos los sacerdotes, administrándoselas los mancebos del templo desde acá fuera, y quedábase aquel día descubierto, y el aposento sin echar el velo.

Hecho esto, salían a ofrecer cortinas, cendales, joyas y piedras ricas, incienso, maderos resinosos, manojos de mazorcas de pan, codornices, finalmente todo lo que en semejantes solemnidades acostumbraban ofrecer. En la ofrenda de las codornices, que era de los pobres, usaban de esta ceremonia, y es que las daban al sacerdote, y tomándolas les arrancaba las cabezas y echábalas al pie del altar, donde se desangraban, y así hacían de todas las que ofrecían. Otras ofrendas había de comidas y frutas, cada uno según su posibilidad. Las cuales eran el pie del altar de los ministros del templo y así, ellos eran los que las alzaban y llevaban a los aposentos que allí tenían. Hecha esta solemne ofrenda, íbase la gente a comer a sus lugares y casas, quedando la fiesta así suspensa hasta haber comido. En este tiempo, las mozas y mozos del templo, con los atavíos ya referidos, se ocupaban en servir al ídolo de todo lo que estaba dedicado a él para su comida. La cual comida guisaban otras mujeres que habían hecho voto de ocuparse en aquel día en hacer la comida del ídolo, sirviendo allí todo el día. Y así, se venían todas las que habían hecho voto en amaneciendo y se ofrecían a los prepósitos del templo para que las mandasen lo que habían de hacer, y hacíanlo con mucha diligencia y ciudado. Sacaban tantas diferencias e invenciones de manjares que era cosa de admiración. Hecha esta comida y llegada la hora de comer, salían todas aquellas doncellas del templo en procesión, cada una con una cestica de pan en la mano y en la otra una escudilla de aquellos guisados.

Traían delante de sí un viejo que servía de maestresala del ídolo y de su guarda-damas. Venía vestido con una sobrepelliz blanca, que le llegaba a las pantorrillas, con unos rapacejos por orla; encima de esta sobrepelliz, traía un jubón sin mangas, a manera de sambenito, de cuero colorado; traía por mangas unas alas y de ellas salían unas cintas anchas, de las cuales pendía en el medio de las espaldas una calabaza mediana, que, por unos agujerillos que tenía, estaba toda injerta de rosas, y dentro de ella diversas cosas de superstición. Iba este viejo, así ataviado, delante de todo el aparato, muy humilde, contrito y cabizbajo, y en llegando al puesto, que era al pie de las gradas, hacía una grande humillación, y haciéndose a un lado, llegaban las mozas con la comida y la iban poniendo en hilera, llegando, una a una, con mucha reverencia. En habiéndola puesto, tornaba el viejo a guiarlas y volvíanse a sus recogimientos. Acabadas ellas de entrar salían los mancebos y ministros de aquel templo, alzaban de allí aquella comida y metíanla en los aposentos de las dignidades y sacerdotes, los cuales habían ayunado cinco días arreo, comiendo sólo una vez al día, apartados de sus mujeres, y no salían del templo aquellos cinco días, azotándose reciamente con sogas. Comían de aquella comida divina, que así la llamaban, toda cuanta podían, de la cual a ninguno era lícito comer sino a ellos. En acabando el pueblo de comer, tornaba a recogerse en el patio a celebrar y ver el fin de la fiesta, donde sacaban un esclavo, que había representado al ídolo un año, vestido, aderezado y honrado como el mismo ídolo.

Y haciéndole todos reverencia, lo entregaban a los sacrificadores, que al mismo tiempo salían. Tomándole de pies y manos, el papa le cortaba el pecho y le sacaba el corazón alzándolo con la mano todo lo que podía, mostrándolo al sol y al ídolo, como queda ya referido. Muerto este que representaba al ídolo, llegábanse a un lugar consagrado y diputado para el efecto, y salían los mozos y mozas del templo con el aderezo sobredicho, donde, tañéndoles las dignidades del templo, bailaban y cantaban, puestos en orden junto al atambor. Todos los señores, ataviados con las insignias que los mozos traían, bailaban en rueda alrededor de ellos, En este día no moría de ordinario más que este sacrificado, porque solamente de cuatro en cuatro años morían otros con él, y cuando éstos morían era el año de jubileo e indulgencia plenaria. Hartos ya de tañer, cantar, comer y beber, a puesta de sol, íbanse aquellas mozas a sus retraimientos y tomaban unos grandes platos de barro, llenos de pan amasado con miel y encubiertos con unos fruteros labrados de calaveras y huesos de muertos cruzados y llevaban la colación al ídolo. Subían hasta el patio que está antes de la puerta del oratorio y poníanlo allí, yendo su maestresala delante, y luego se bajaban por el mismo orden que lo habían llevado. Salían luego los mancebos, todos puestos en orden, con sus cañas en las manos y arremetían a las gradas del templo, procurando llegar más presto unos que otros a los platos de la colación.

Las dignidades del templo tenían cuenta del primero, segundo, tercero y cuarto que llegaban, no haciendo caso de los demás, hasta que todos arrebataban de aquella colación, lo cual llevaban como grandes reliquias. Hecho esto, a los cuatro que primero llegaron tomaban en medio las dignidades y ancianos del templo y, con mucha honra, los metían en los aposentos, bañándoles y dándoles muy buenos aderezos, y de allí adelante los respetaban y honraban como a hombres señalados. Acabada la presa de la colación, celebrada con mucho regocijo, risa y gritería, a todas aquellas mozas que habían servido al ídolo, y a los mozos, les daban licencia para que se fuesen y, así, unas tras otras salían para irse. Al tiempo que ellas salían, estaban todos los muchachos de los colegios y escuelas a la puerta del patio, todos con pelotas de juncia y de yerbas en las manos, y con ellas las apedreaban, burlando y escarneciendo de ellas, como gente que se iba del servicio del ídolo. Iban con libertad de disponer de su voluntad. Y con esto se daba fin a esta solemnidad. La pintura de este ídolo es la que se sigue. Este ídolo se llama Tezcatlipuca, era de una piedra negra relumbrante.

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