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Datos principales


Desarrollo


Cómo caminamos con todo nuestro ejército camino de la ciudad de Tezcuco, y lo que en el camino nos avino, y otras cosas que pasaron Como Cortés vio tan buena prevención, así de escopetas y pólvora y ballestas y caballos, y conoció de todos nosotros, así capitanes como soldados, el gran deseo que teníamos de estar ya sobre la gran ciudad de México, acordó de hablar a los caciques de Tlascala para que le diesen diez mil indios de guerra que fuesen con nostros aquella jornada hasta Tezcuco, que es una de las mayores ciudades que hay en toda la Nueva-España, después de México; y como se lo demandó y les hizo un buen parlamento sobre ello, luego Xicotenga, el viejo (que en aquella sazón se había vuelto cristiano y se llamó don Lorenzo de Vargas, como dicho tengo) dijo que le placía de buena voluntad, no solamente diez mil hombres, sino muchos más si los quería llevar, y que iría por capitán dellos otro cacique muy esforzado e nuestro gran amigo que se decía Chichimecatecle, y Cortés le dio las gracias por ello; y después de hecho nuestro alarde, que ya no me acuerdo bien qué tanta copia éramos, así de soldados como de los demás, un día después de la pascua de Navidad del año 1520 años comenzamos a caminar con mucho concierto, como lo teníamos de costumbre; fuimos a dormir a un pueblo sujeto de Tezcuco, y los del mismo pueblo nos dieron lo que habíamos menester; de allí adelante, era tierra de mexicanos, e íbamos más recatados, nuestra artillería puesta en mucho concierto, y ballesteros y escopeteros, y siempre cuatro corredores del campo a caballo, y otros cuatro soldados de espada y rodela muy sueltos, juntamente con los de a caballo para ver los pasos si estaban para pasar caballos, porque en el camino tuvimos aviso que estaba embarazado de aquel día un mal paso, y la sierra con árboles cortados, porque bien tuvieron noticia en México y en Tezcuco cómo caminábamos hacia su ciudad, y aquel día no hallamos estorbo ninguno y fuimos a dormir al pie de la sierra, que serían tres leguas, y aquella noche tuvimos buen frío, y con nuestras rondas y espías y velas y corredores del campo la pasamos; y cuando amaneció comenzamos a subir un puertezuelo y unos malos pasos como barrancas, y estaba cortada la sierra, por donde no podíamos pasar, y puesta mucha madera y pinos en el camino; y como llevábamos tantos amigos tlascaltecas, de presto se desembarazó; y con mucho concierto caminamos con una capitanía de escopetas y ballestas delante, y con nuestros amigos cortando y apartando árboles para poder pasar los caballos, hasta que subimos la sierra, y aun bajamos un poco abajo adonde se descubría la laguna de México y sus grandes ciudades pobladas en el agua; y cuando la vimos dimos muchas gracias a Dios, que nos la tornó a dejar ver.

Entonces nos acordamos de nuestro desbarate pasado, de cuando nos echaron de México, y prometimos, si Dios fuese servido de darnos mejor suceso en esta guerra, de ser otros hombres en el trato y modo de cercarla; y luego bajamos la sierra, donde vimos grandes ahumadas que hacían, así lo de Tezcuco como los de los pueblos sujetos; e andando más adelante, topamos con un buen escuadrón de gente, guerreros de México y de Tezcuco, que nos aguardaban a un mal paso, que era un arcabuezo como quebrada algo honda, donde estaba una puente de madera, y corría un buen golpe de agua; mas luego desbaratamos los escuadrones y pasamos muy a nuestro salvo. Pues oír la grita que nos daban desde las estancias y barrancas, no hacían otra cosa, y era en parte que no podían correr caballos, y nuestros amigos los tlascaltecas les apañaban gallinas, y lo que podían robarles no les dejaban, puesto que Cortés les mandaba que si no diesen guerra, que no se la diesen; y los tlascaltecas decían que si estuvieran de buenos corazones y de paz, que no salieran al camino a darnos guerra, como estaban al paso de las barrancas y puente para no nos dejar pasar. Volvamos a nuestra materia, y digamos cómo fuimos a dormir a un pueblo sujeto de Tezcuco, y estaba despoblado, y puestas nuestras velas y rondas y escuchas y corredores del campo, y estuvimos aquella noche con cuidado no diesen en nosotros muchos escuadrones de mexicanos guerreros que estaban aguardándonos en unos malos pasos; de lo cual tuvimos aviso porque se prendieron cinco mexicanos en la puente primera que dicho tengo, y aquellos dijeron lo que pasaba de los escuadrones, y según después supimos, no se atrevieron a darnos guerra ni a más aguardar; porque, según pareció, entre los mexicanos y los de Tezcuco tuvieron diferencias y bandos; y también, como aun no estaban muy sanos de las viruelas, que fue dolencia que en toda la tierra dio y cundió, y como habían sabido cómo en lo de Guachadla e Ozúcar, y en Tepeaca y Xalacingo y Castilblanco todas las guarniciones mexicanas habíamos desbaratado; y asimismo corría fama, y así lo creían, que iban con nosotros en nuestra compañía todo el poder de Tlascala y Guaxocingo, acordaron de no nos aguardar; y todo esto nuestro señor Jesucristo lo encaminaba.

Y desque amaneció, puestos todos nosotros en gran concierto, así artillería como escopetas y ballestas, y los corredores del campo adelante descubriendo tierra, comenzamos a caminar hacia Tezcuco, que sería de allí de donde dormimos obra de dos leguas; e aun no habíamos andado media legua cuando vimos volver nuestros corredores del campo muy alegres, y dijeron a Cortés que venían hasta diez indios, y que traían unas señas y veletas de oro, y que no traían armas ningunas, y que en todas las caserías y estancias por donde pasaban no les daban grita ni voces como habían dado el día antes: antes, al parecer, todo estaba de paz; y Cortés y todos nuestros capitanes y soldados nos alegramos, y luego mandó Cortés reparar, hasta que llegaron siete indios principales, naturales de Tezcuco, y traían una bandera de oro en una lanza larga, y antes que llegasen abajaron su bandera y se humillaron, que es señal de paz; y cuando llegaron ante Cortés, estando doña Marina e Jerónimo de Aguilar, nuestras lenguas, delante, dijeron: "Malinche, Cocoyoacin, nuestro señor y señor de Tezcuco, te envía a rogar que le quieras recibir a tu amistad, y te está esperando de paz en su ciudad de Tezcuco, y en señal dello recibe esta bandera de oro; y que te pide por merced que mandes a todos los tlascaltecas y a tus hermanos que no les hagan mal en su tierra, y que te vayas a aposentar en su ciudad, y él te dará lo que hubieres menester"; y más dijeron, que los escuadrones que allí estaban en las barrancas y pasos malos, que no eran de Tezcuco, sino mexicanos, que los enviaba Guatemuz.

Y cuando Cortés oyó aquellas paces holgó mucho dellas, y asimismo todos nosotros, e abrazó a los mensajeros, en especial a tres dellos, que eran parientes del buen Montezuma, y los conocíamos todos los más soldados, que habían sido sus capitanes; y considerada la embajada, luego mandó Cortés llamar los capitanes tlascaltecas, y les mandó muy afectuosamente que no hiciesen mal ninguno ni les tomasen cosa ninguna en toda la tierra, porque estaban de paz: y así lo hacían como se lo mandé; mas comida no se les defendía si era solamente maíz e frísoles, y aun gallinas y perrillos, que había muchos en todas las casas, llenas dello; y entonces Cortés tomó consejo con nuestros capitanes, y a todos les pareció que aquel pedir de paz y de aquella manera que era fingido: porque si fueran verdaderas no vinieran tan arrebatadamente, y aun trajeran bastimento; y con todo esto, recibió Cortés la bandera, que valía hasta ochenta pesos, y dio muchas gracias a los mensajeros; y les dijo que no tenían por costumbre de hacer mal ni daño a ningunos vasallos de su majestad: antes les favorecía y miraba por ellos; y que si guardaban las paces que decían, que les favorecería contra los mexicanos, y que ya había mandado a los tlascaltecas que no hiciesen daño en su tierra, como habían visto, y que así lo cumplirían; y que bien sabía que en aquella ciudad mataron sobre cuarenta españoles nuestros hermanos cuando salimos de México, y sobre doscientos tlascaltecas, y que robaron muchas cargas de oro y otros despojos que dellos hubieron; que ruega a su señor Cocoyoacin e a todos los demás caciques y capitanes de Tezcuco que le den el oro y ropa; y que la muerte de los españoles, que pues ya no tenía remedio, que no se les pediría.

Y respondieron aquellos mensajeros que ellos lo dirían a su señor así como se lo mandaba; mas que el que los mandó matar fue el que en aquel tiempo alzaron en México por señor después de muerto Montezuma, que se decía Coadlabaca, e hubo todo el despojo, y le llevaron a México todos los más teules, y que luego los sacrificaron a su Huichilobos; y como Cortés vio aquella respuesta, por no los resabiar ni atemorizar, no les replicó en ello sino que fuesen con Dios, y quedó uno dellos en nuestra compañía; y luego nos fuimos a unos arrabales de Tezcuco, que se decían Guatinchan o Guaxultlan, que ya se me olvidó el nombre, y allí nos dieron bien de comer y todo lo que hubimos menester, y aun derribamos unos ídolos que estaban en unos aposentos donde posábamos, y otro día de mañana fuimos a la ciudad de Tezcuco, y en todas las calles ni casas no veíamos mujeres ni muchachos ni niños, sino todos los indios como asombrados y como gente que estaba de guerra, y fuímonos a aposentar a unos aposentos y salas grandes, y luego mandó Cortés llamar a nuestros capitanes y todos los más soldados, y nos dijo que no saliésemos de unos patios grandes que allí había, y que estuviésemos muy apercibidos, porque no le parecía que estaba aquella ciudad pacífica, hasta ver cómo y de qué manera estaba, y mandó al Pedro de Alvarado y a Cristóbal de Olí e a otros soldados, y a mí con ellos, que subiésemos al gran cu, que era bien alto, y llevásemos hasta veinte escopeteros para nuestra guarda, y que mirásemos desde el alto cu la laguna y la ciudad, porque bien se parecía toda; y vimos que todos los moradores de aquellas poblaciones se iban con sus haciendas y hatos e hijos y mujeres, unos a los montes y otros a los carrizales que hay en la laguna, que toda iba cuajada de canoas, dellas grandes y otras chicas; y como Cortés lo supo, quiso prender al señor de Tezcuco que envió la bandera de oro, y cuando le fueron a llamar ciertos papas que envió Cortés por mensajeros, ya estaba puesto en cobro, que él fue el primero que se fue huyendo a México, y fueron con él otros muchos principales.

Y así se pasó aquella noche, que tuvimos grande recaudo de velas y rondas y espías, y otro día muy de mañana mandó llamar Cortés a todos los más principales indios que había en Tezcuco; porque, como es gran ciudad, había otros muchos señores, partes contrarias del cacique que se fue huyendo, con quien tenían debates y diferencias sobre el mando y reino de aquella ciudad; y venidos ante Cortés, informando dellos cómo y de qué manera y desde qué tiempo acá señoreaba el Cocoyoacin, dijeron que por codicia de reinar había muerto malamente a su hermano mayor, que se decía Cuxcuxca, con favor que para ello le dio el señor de México, que ya he dicho se decía Coadlabaca, el cual fue el que nos dio la guerra cuando salimos huyendo después de muerto Montezuma; e que allí había otros señores (a quien venía el reino de Tezcuco más justamente que no al que lo tenía), que era un mancebo que luego en aquella sazón se volvió cristiano con mucha solemnidad, y se llamó don Hernando Cortés, porque fue su padrino nuestro capitán. E aqueste mancebo dijeron que era hijo legítimo del señor y rey de Tezcuco, que se decía su padre Nezabalpintzintli; y luego sin más dilaciones, con grandes fiestas Y regocijos de todo Tezcuco, le alzaron por rey y señor natural, con todas las ceremonias que a los tales reyes solían hacer, e con mucha paz y en amor de todos sus vasallos y otros pueblos comarcanos, e mandaba muy absolutamente y era obedecido; y para mejor le industriar en las cosas de nuestra santa fe y ponerle en toda policía, y para que deprendiese nuestra lengua, mandó Cortés que tuviese por ayos a Antonio de Villareal, marido que fue de una señora hermosa que se dijo Isabel de Ojeda, e a un bachiller que se decía Escobar; y puso por capitán de Tezcuco, para que viese y defendiese que no contrastase con el don Fernando ningún mexicano, a un buen soldado que se decía Pedro Sánchez Farfán, marido que fue de la buena y honrada mujer María de Estrada.

Dejemos de contar su gran servicio de aqueste cacique, y digamos cuán amado y obedecido fue de los suyos, y digamos cómo Cortés le demandó que diese mucha copia de indios trabajadores para ensanchar y abrir más las acequias y zanjas por donde habíamos de sacar los bergantines a la laguna de que estuviesen acabados y puestos a punto para ir a la vela; y se le dio a entender al mismo don Fernando y a otros sus principales a qué fin y efecto se habían de hacer, y cómo y de qué manera habíamos de poner cerco a México, y para todo ello se ofreció con todo su poder y vasallos, que no solamente aquello que le mandaba, sino que enviaría mensajeros a otros pueblos comarcanos para que se diesen por vasallos de su majestad y tomasen nuestra amistad y voz contra México. Y todo esto concertado, después de nos haber aposentado muy bien, y cada capitanía por sí, y señalados los puestos y lugares donde habíamos de acudir si hubiese rebato de mexicanos: porque estábamos a guarda la raya de su laguna, porque de cuando en cuando enviaba Guatemuz grandes piraguas y canoas con muchos guerreros, y venían a ver si nos tomaban descuidados; y en aquella sazón vinieron de paz ciertos pueblos sujetos a Tezcuco, a demandar perdón y paz si en algo habían errado en las guerras pasadas, y habían sido en la muerte de los españoles; los cuales se decían Guatinchan; y Cortés les habló a todos muy amorosamente y les perdonó. Quiero decir que no había día ninguno que dejasen de andar en la obra y zanja y acequia de siete a ocho mil indios, y la abrían y ensanchaban muy bien, que podían nadar por ella navíos de gran porte.

Y en aquella sazón, como teníamos en nuestra compañía sobre siete mil tlascaltecas, y estaban deseos de ganar honra y de guerrear contra mexicanos, acordó Cortés, pues que tan fieles compañeros teníamos, que fuésemos a entrar y dar una vista a un pueblo que se dice Iztapalapa, el cual pueblo fue por donde habíamos pasado la primera vez que vinimos para México, y el señor dél fue el que alzaron por rey en México después de la muerte del gran Montezuma, que ya he dicho otras veces que se decía Coadlabaca; y de aqueste pueblo, según supimos, recibíamos mucho daño, porque eran muy contrarios contra Chalco y Tamanalco y Mecameca y Chimaloacan, que querían venir a tener nuestra amistad, y ellos lo estorbaban; y como había ya doce días que estábamos en Tezcuco sin hacer cosa que de contar sea, fuimos a aquella entrada de Iztapalapa.

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