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Desarrollo


Cómo el gran Montezuma dijo a nuestro capitán Cortés que se saliese de México con todos los soldados, porque se querían levantar todos los caciques y papas y darnos guerra hasta matarnos, porque así estaba acordado y dado consejo por sus ídolos; Y lo que Cortés sobre ello hizo Como siempre a la continua nunca nos faltaban sobresaltos, y de tal calidad, que eran para acabar las vidas en ello si nuestro señor Dios no lo remediara, y fue que, como habíamos puesto en el gran cu en el altar que hicimos la imagen de nuestra señora y la cruz, y se dijo el santo evangelio y misa, parece ser que los Huichilobos y el Tezcatepuca hablaron con los papas, y les dijeron que se querían ir de su provincia, pues tan mal tratados eran de los teules, e que adonde están aquellas figuras y cruz que no quieren estar, e que ellos no estarían allí si no nos mataban, e que aquello les daban por respuesta, e que no curasen de tener otra; e que se lo dijesen a Montezuma y a todos sus capitanes, que luego comenzasen la guerra y nos matasen; y les dijo el ídolo que mirasen que todo el oro que solían tener para honrarlos lo habíamos deshecho y hecho ladrillos, e que mirasen que nos íbamos señoreando de la tierra, y que teníamos presos a cinco grandes caciques, y les dijeron otras maldades para atraerlos a darnos guerra; y para que Cortés y todos nosotros lo supiésemos, el gran Montezuma le envió a llamar porque le quería hablar en cosas que iba mucho en ellas; y vino el paje Orteguilla, y dijo que estaba muy alterado y triste Montezuma, e que aquella noche e parte del día habían estado con él muchos papas y capitanes muy principales, y secretamente hablaban, que no lo pudo entender; y cuando Cortés lo oyó, fue de presto al palacio donde estaba el Montezuma, y llevó consigo a Cristóbal de Olí, que era capitán de la guardia, e a otros cuatro capitanes, e a doña Marina e a Jerónimo de Aguilar; y después que le hicieron mucho acato, dijo el Montezuma: "¡Oh, señor Malinche y señores capitanes, cuánto me pesa de la respuesta y mandado que nuestros teules han dado a nuestros papas e a mí e a todos mis capitanes! Y es que os demos guerra y os matemos e os hagamos ir por la mar adelante; lo que he colegido dello y me parece, es que antes que comiencen la guerra, que luego salgáis desta ciudad y no quede ninguno de vosotros aquí; y esto, señor Malinche, os digo que hagáis en todas maneras, que os conviene; si no, mataros han, y mirad que os va las vidas.

" Y Cortés y nuestros capitanes sintieron pesar y aun se alteraron; y no era de maravillar de cosa tan nueva y determinada, que era poner nuestras vidas en gran peligro sobre ello en aquel instante, pues tan determinadamente nos lo avisaban; y Cortés le dijo que él se lo tenía en merced el aviso; que al presente de dos cosas le pesaban: no tener navíos en que se ir, que mandó quebrar los que trajo; y la otra, que por fuerza había de ir el Montezuma con nosotros para que le vea nuestro gran emperador; y que le pide por merced que tenga por bien que hasta que se hagan tres navíos en el arenal que detenga a los papas y capitanes, porque para ellos es mejor partido; y que si comenzaren la guerra, que todos morirían en ella si la quisieren dar. E más dijo, que porque vea Montezuma quiere luego hacer lo que le dice, que mande a sus capitanes que vayan con dos de nuestros soldados que son grandes maestros de hacer navíos a cortar la madera cerca del arenal. El Montezuma estuvo muy más triste que de antes, como Cortés le dijo que había de ir con nosotros ante el emperador, y dijo que le daría carpinteros, y que luego despachase, y no hubiese más palabra, sino obras; y que entre tanto que él mandaría a los papas y a sus capitanes que no curasen de alborotar la ciudad, e que a sus ídolos Huichilobos que mandaría aplacasen con sacrificios, e que no sería con muertes de hombres. Y con esta tan alborotada plática se despidió Cortés del Montezuma, y estábamos todos con grande congoja, esperando cuándo habían de comenzar la guerra.

Luego Cortés mandó llamar a Martín López y Andrés Núñez, y con los indios carpinteros que le dio el gran Montezuma; y después de platicado el porte de que se podría labrar los tres navíos, le mandó que luego pusiese por la obra de los hacer e poner a punto, pues que en la Villa-Rica había todo aparejo de hierro y herreros, y jarcia y estopa, y calafates y brea; y así fueron y cortaron la madera en la costa de la Villa-Rica, y con toda la cuenta y gálibo della, y con buena priesa comenzó a labrar sus navíos. Lo que Cortés le dijo a Martín López sobre ello no lo sé; y esto digo porque dice el cronista Gómara en su Historia que le mandó que hiciese muestras, como cosa de burla, que los labraba, porque lo supiese el gran Montezuma: remítome a lo que ellos dijeren, que gracias a Dios son vivos en este tiempo; mas muy secretamente me dijo el Martín López que de hecho y apriesa los labraba; y así, los dejó en astillero, tres navíos. Dejémoslos labrando los navíos; y digamos cuáles andábamos todos en aquella gran ciudad tan pensativos, temiendo que de una hora a otra nos habían de dar guerra; e nuestras naborias de Tlascala e doña Marina así lo decían al capitán, y el Orteguilla, el paje de Montezuma, siempre estaba llorando, y todos nosotros muy a punto, y buenas guardas al Montezuma. Digo, de nosotros estar a punto no había necesidad de decirlo tantas veces, porque de día y de noche no se nos quitaban las armas, gorjales y antiparas, y con ello dormíamos.

Y dirán ahora dónde dormíamos: de qué eran nuestras camas, sino un poco de paja y una estera, y el que tenía un toldillo, ponerlo debajo, y calzados y armados, y todo género de armas muy a punto, y los caballos enfrenados y ensillados todo el día; y todos tan prestos, que en tocando el arma, como si estuviéremos puestos e aguardando para aquel punto; pues de velar cada noche, no quedaba soldado que no velaba. Y otra cosa digo, y no por me jactanciar dello, que quedé yo tan acostumbrado de andar armado y dormir de la manera que he dicho, que después de conquistada la Nueva-España tenía por costumbre de me acostar vestido y sin cama, e que dormía mejor que en colchones duermo; e ahora cuando voy a los pueblos de mi encomienda no llevo cama, e si alguna vez la llevo no es por mi voluntad, sino por algunos caballeros que se hallan presentes, porque no vean que por falta de buena cama la dejo de llevar; mas en verdad que me echo vestido en ella. Y otra cosa digo, que no puedo dormir sino un rato de la noche, que me tengo de levantar a ver el cielo y estrellas, y me he de pasear un rato al sereno, y esto sin poner en la cabeza el bonete ni paño ni cosa ninguna, y gracias a Dios no me hace mal, por la costumbre que tenía; y esto he dicho porque sepan de qué arte andábamos los verdaderos conquistadores, y cómo estábamos tan acostumbrados a las armas y a velar. Y dejemos de hablar en ello, pues que salgo fuera de nuestra relación, y digamos cómo nuestro señor Jesucristo siempre nos hace muchas mercedes. Y es, que en la isla de Cuba Diego Velázquez dio mucha priesa en su armada, como adelante diré, y vino en aquel instante a la Nueva-España un capitán que se decía Pánfilo de Narváez.

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