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Desarrollo


De la manera que peleábamos e se nos fueron todos los amigos a sus pueblos La manera que teníamos en todos tres reales de pelear es ésta: que velábamos de noche todos los soldados juntos en las calzadas, y nuestros bergantines a nuestras lados, también en las calzadas, y los de a caballo rondando la mitad dellos en lo de. Tacuba, adonde nos hacían pan y teníamos nuestro fardaje, y la otra mitad en las puentes y calzadas, y muy de mañana aparejábamos los puños para pelear y batallar con los contrarios, que nos venían a entrar en nuestro real y procuraban de nos desbaratar; y otro tanto hacían en el real de Cortés y en el de Sandoval, y esto no fue sino cinco días, porque luego tomamos otra orden, lo cual diré adelante; y digamos cómo los mexicanos hacían cada día grandes sacrificios y fiestas en el cu mayor de Tatelulco, y tañían su maldito atambor y otras trompas y atabales y caracoles, y daban muchos gritos y alaridos, y tenían cada noche grandes luminarias de mucha leña encendida, y entonces sacrificaban de nuestros compañeros a sus malditos ídolos Huichilobos y Tezcatepuca, y hablaban con ellos; y según ellos decían, que en la mañana o en aquella misma noche nos habían de matar. Parece ser que, como sus ídolos son perversos y malos, por engañarlos para que no viniesen de paz, les hacían en creyente que a todos nosotros nos habían de matar, y a los tlascaltecas y a todos los demás que fuesen en nuestra ayuda; y como nuestros amigos lo oían, teníanlo por muy cierto, porque nos veían desbaratados.

Dejemos destas pláticas, que eran de sus malos ídolos, y digamos cómo en la mañana venían muchas capitanías juntas a nos cercar y dar guerra, y se remudaban de rato en rato, unos de unas divisas y señales, y venían otros de otras libreas; y entonces cuando estábamos peleando con ellos nos decían muchas palabras, diciéndonos de apocados y que no éramos buenos para cosa ninguna, ni para hacer casas ni maizales, y que no éramos sino para venirles a robar su ciudad, como gente mala que habíamos venido huyendo de nuestra tierra y de nuestro rey y señor; y esto decían por lo que Narváez les había enviado a decir, que veníamos sin licencia de nuestro rey, como dicho tengo; y nos decían que de allí a ocho días no había de quedar ninguno de nosotros a vida, porque así lo habían prometido la noche antes sus dioses; y desta manera nos decían otras cosas malas, y a la postre decían: "Mirad cuán malos y bellacos sois, que aun vuestras carnes son malas para comer, que amargan como las hieles, que no las podemos tragar de amargor", y parece ser, como aquellos días se habían hartado de nuestros soldados y compañeros, quiso nuestro señor que les amargasen las carnes: Pues a nuestros amigos los tlascaltecas, si muchos vituperios nos de, cían a nosotros, más les decían a ellos, e que les tendrían por esclavos para sacrificar y hacer sus sementeras, y tornar a edificar las casas que les habíamos derrocado, e que las habían de hacer de cal y canto labradas, que su Huichilobos se lo había prometido; y diciendo esto, luego el bravoso pelear, y se venían por unas casas derrocadas, y con las muchas canoas que tenían nos tomaban las espaldas, y aun nos tenían algunas veces atajados en las calzadas; y nuestro señor Jesucristo nos sustentaba cada día, que nuestras fuerzas no bastaban; mas todavía les hacíamos volver muchos dellos heridos, y muchos quedaban muertos.

Dejemos de hablar de los grandes combates que nos daban, y digamos cómo nuestros amigos los de Tlascala y de Cholula y Guaxocingo, y aun los de Tezcuco, acordaron de se ir a sus tierras, y sin lo saber Cortés ni Pedro de Alvarado ni Sandoval, se fueron todos los más; que no quedó en el real de Cortés sino Estesuchel, que después que se bautizó se llamó don Carlos, y era hermano de don Fernando, señor de Tezcuco, y era muy esforzado hombre; y quedaron con él otros sus parientes y amigos, que serían hasta cuarenta; y en el real de Sandoval quedó otro cacique de Guaxocingo con obra de cincuenta hombres; y en nuestro real quedaron dos hijos de nuestro amigo don Lorenzo de Vargas, y el esforzado de Chichimecatecle con obra de ochenta tlascaltecas, parientes y vasallos; por manera que de más de veinte y cuatro mil amigos que traíamos no quedaron en todos tres reales, sino obra de doscientos amigos, que todos se fueron a sus pueblos; y como nos hallamos solos y con tan pocos amigos, recibimos pena; y Cortés y Sandoval y cada uno en su real preguntaban a los amigos que les quedaban que por qué se habían ido de aquella manera los demás sus hermanos, y decían que, como veían que los mexicanos hablaban de noche con sus ídolos, e prometían que nos habían de matar a nosotros y a ellos, que creían que debía de ser verdad, y del miedo se iban; y lo que les daba más crédito a ello era vernos a todos heridos y nos habían muerto a muchos de nosotros, e que dellos mismos faltaban más de mil y doscientos, y que temieron no matasen a todos; y también porque Xicotenga "el mozo", que mandó ahorcar Cortés en Tezcuco, siempre les decía que sabía por sus adivinanzas que a todos nos habían de matar, e que no había de quedar ninguno de nosotros a vida; y por esta causa se fueron.

E puesto que Cortés en lo secreto sentió pesar della, mas con rostro alegre les dijo que no tuviesen miedo, e que lo que aquellos mexicanos les decían que era mentira y por desmayarlos; y tantas palabras de prometimientos les dijo, y con palabras amorosas los esforzó a estar con él, y otro tanto dijimos al Chichimecatecle y a los dos Xicotengas. Y en aquellas pláticas que en aquella sazón decía Cortés a Estesuchel, que ya he dicho que se dijo don Carlos, como era de suyo señor y esforzado, dijo a Cortés: "Señor Malinche, no recibas penas por no batallar cada día con los mexicanos: sana de tu pierna; toma mi consejo y es que te estés algunos días en tu real, y otro tanto manda al Tonatio, que era Pedro de Alvarado, que así lo llamaban, que se esté en el suyo, y Sandoval en Tepeaquilla, y con los bergantines anden cada día a quitar y defender que no les entren bastimentos ni agua, porque están aquí dentro en esta gran ciudad tantos mil xiquipiles de guerreros, que por fuerza, siendo tantos, se les ha de acabar el bastimento que tienen, y el agua que ahora beben es medio salobre, que toman de unos hoyos que tienen hechos, y como llueve de día y de noche, recogen el agua para beber y dello se sustentan; mas ¿qué pueden hacer si les quitas la comida y el agua, sino que es más que guerra la que tendrán con la hambre y sed? Como Cortés aquello entendió, le echó los brazos encima y le dio gracias por ello, con prometimientos que le daría pueblos; y aqueste consejo le habíamos puesto en plática muchos soldados a Cortés; mas somos de tal calidad, que no quisiéramos aguardar tanto tiempo, sino entrarles luego la ciudad.

Y cuando Cortés hubo bien considerado lo que nosotros también le habíamos dicho, y sus capitanes y soldados se lo decían, mandó a dos bergantines que fuesen a nuestro real y al de Sandoval a nos decir que estuviésemos otros tres días sin les ir entrando en la ciudad; y como en aquella sazón los mexicanos estaban victoriosos, no osábamos enviar un bergantín solo, y por esta causa envió dos; y una cosa nos ayudó mucho, y es que ya osaban nuestros bergantines romper las estacadas que los mexicanos les habían hecho en la laguna para que zabordasen; y es desta manera: que remaban con gran fuerza, y para que más furia trajesen tomaban de algo atrás, y si hacía algún viento, a todas velas, y con los remos muy mejor; y así, eran señores de la laguna y aun de muchas partes de las casas que estaban apartadas de la ciudad; y los mexicanos, como aquello vieron, se les quebró algo su braveza. Dejemos esto, y volvamos a nuestras batallas; y es que, aunque no teníamos amigos, comenzamos a cegar y a tapar la gran abertura que he dicho otras veces que estaba junto a nuestro real; con la primera capitanía, que venía la rueda de acarrear adobes y madera y cegar, lo poníamos muy por la obra y con grandes trabajos, y las otras dos capitanías batallábamos. Ya he dicho otras veces que así lo teníamos concertado, y había de andar por rueda; y en cuatro días que todos trabajábamos en ella la teníamos cegada y allanada; y otro tanto hacía Cortés en su real con el mismo concierto, y aun él en persona llevaba adobes y madera hasta que quedaban seguras las puentes y calzadas y aberturas, por tenerlo seguro al retraer; y Sandoval ni más ni menos en el suyo, y en nuestros bergantines junto a nosotros, sin temer estacadas; y desta manera les fuimos entrando poco a poco.

Volvamos a los grandes escuadrones que a la continua nos daban guerra, que muy bravosos y victoriosos se venían a juntar pie con pie con nosotros, y de cuando en cuando, como se mudaban unos escuadrones, venían otros. Pues digamos el ruido y alarido que traían, y en aquel instante el resonido de la corneta de Guatemuz, y entonces apechugaban de tal arte con nosotros, que no nos aprovechaban cuchilladas ni estocadas que les dábamos, y nos venían a echar mano; y como, después de Dios, nuestro buen pelear nos había de valer, teníamos muy reciamente contra ellos, hasta, que con las escopetas y ballestas y arremetidas de los de a caballo, que estaban a la continua con nosotros la mitad dellos, y con nuestros bergantines, que no temían ya las estacadas, les hacíamos estar a raya, y poco a poco les fuimos entrando; y desta manera batallábamos hasta cerca de la noche, que era hora de retraer. Pues ya que nos retraíamos, ya he dicho otras veces que había de ser con gran concierto, porque entonces procuraban de nos atajar en la calzada y pasos malos; y si de antes lo procuraban, en estos días, con la victoria que habían alcanzado, lo ponían muy por la obra; y digo que por tres partes nos tenían tomados en medio en este día; mas quiso nuestro señor Dios que, puesto que hirieron muchos de nosotros, nos tornamos a juntar, y matamos y prendimos muchos contrarios; y como no teníamos amigos que echar fuera de las calzadas, y los de a caballo nos ayudaban valientemente, puesto que en aquella refriega y combate les hirieron dos caballos, y volvimos a nuestro real bien heridos, donde nos curamos con aceite y apretar nuestras heridas con mantas, y comer nuestras tortillas con ají y yerbas y tunas, y luego puestos todos en la vela.

Digamos ahora lo que los mexicanos hacían de noche en sus grandes y altos cues, y es que tañían su maldito atambor, que dije otra vez que era el de más maldito sonido y más triste que se podían inventar, y sonaba muy lejos, y tañían otros peores instrumentos. En fin, cosas diabólicas, y tenían grandes lumbres y daban grandísimos gritos y silbos, y en aquel instante estaban sacrificando de nuestros compañeros de los que tomaron a Cortés, que supimos que sacrificaron diez días arreo hasta que los acabaron, y el postrero dejaron a Cristóbal de Guzmán, que vivo le tuvieron diez y ocho días, según dijeron tres capitanes mexicanos que prendimos; y cuando les sacrificaban, entonces hablaba su Huichilobos con ellos y les prometía victoria e que habíamos de ser muertos a sus manos antes de ocho días, e que nos diesen buenas guerras aunque en ellas muriesen muchos; y desta manera les traían engañados. Dejemos ahora de sus sacrificios, y volvamos a decir que cuando otro día amanecía ya estaban sobre nosotros todos los mayores poderes que Guatemuz podía juntar, y como teníamos cegada la abertura y calzada y puentes, y la podían pasar en seco ¡mi fe! ellos tenían atrevimiento a nos venir a nuestros ranchos y tirar vara y piedra y flechas, si no fuera por los tiros con que siempre les hacíamos apartar, porque Pedro Moreno Medrano, que tenía cargo dellos, les hacía mucho daño; y quiero decir que nos tiraban saetas de las nuestras con ballestas, cuando tenían vivos a cinco ballesteros, y al Cristóbal de Guzmán con ellos, y les hacían que les armasen las ballestas y les mostrasen cómo habían de tirar, y ellos y los mexicanos tiraban aquellos tiros como cosa pensada, y no nos hacían mal; y también batallaban reciamente Cortés y Sandoval, y les tiraban saetas con ballestas; y esto sabíamoslo por Sandoval y los bergantines que iban de nuestro real al de Cortés y del de Cortés al nuestro y al de Sandoval, y siempre nos escribía de la manera que habíamos de batallar y todo lo que habíamos de hacer, y encomendándonos la vela, y que siempre estuviesen la mitad de los de a caballo en Tacuba guardando el fardaje y las indias que nos hacían pan, y que parásemos mientes no rompiesen por nosotros una noche, porque unos prisioneros que en aquel real de Cortés se prendieron le dijeron que Guatemuz decía muchas veces que diesen en nuestro real de noche, pues no había tlascaltecas que nos ayudasen; porque bien sabían que se nos habían ido ya todos los amigos.

Ya he dicho otra vez que poníamos gran diligencia en velar. Dejemos esto, y digamos que cada día teníamos muy recios rebatos, y no dejábamos de les ir ganando albarradas y puentes y aberturas de agua; y como nuestros bergantines osaban ir por do quiera de la laguna y no temían a las estacadas, ayudábannos muy bien. Y digamos como siempre andaban dos bergantines de los que tenía Cortés en su real a dar caza a las canoas que metían agua y bastimentos, y cogían en la laguna uno como medio lama, que después de seco tenía un sabor como de queso, y traían en los bergantines muchos indios presos. Tornemos al real de Cortés y de Gonzalo de Sandoval, que cada día iba conquistando y ganando albarradas y puentes y aberturas de agua; y en aquestos trances y batallas se habían pasado, desde el desbarate de Cortés, doce o trece días y como Estesuchel, hermano de don Hernando, señor de Tezcuco, vio que volvíamos muy de hecho en nosotros, y no era verdad lo que los mexicanos decían, que dentro de diez días nos habían de matar, porque así se lo había prometido su Huichilobos, envió a decir a su hermano don Hernando que luego enviase a Cortés todo el poder de guerreros que pudiese sacar de Tezcuco, y vinieron dentro en dos días que él se lo envió a decir más de dos mil hombres. Acuérdome que vinieron con ellos Pedro Sánchez Farfán y Antonio de Villarroel, marido que fue de la Ojeda, porque aquestos dos soldados había dejado Cortés en aquella ciudad, y el Pedro Sánchez Farfán era capitán y el Antonio Villarroel era ayo de don Fernando; y cuando Cortés vido tan buen socorro se holgó mucho y le dijo palabras halagüeñas, y asimismo en aquella sazón volvieron muchos tlascaltecas con sus capitanes, y venía por capitán dellos un cacique de Topeyanco que se decía Tecapaneca, y también vinieron otros muchos indios de Guaxocingo y pocos de Cholula; y como Cortés supo que habían vuelto, mandó que todos fuesen a su real para les hablar, y primero que viniesen les mandó poner guardas en el camino para defenderlos por si saliesen mexicanos; y cuando parecieron delante, Cortés les hizo un parlamento con doña Marina y Jerónimo de Aguilar, y les dijo que bien habían creído y tenido por cierto la buena voluntad que siempre les ha tenido y tiene, así por haber servido a su majestad como por las buenas obras que dellos hemos recibido, y que si les mandó desde que vinimos a aquella ciudad venir con nosotros a destruir a los mexicanos, que su intento fue porque se aprovechasen y volviesen ricos a sus tierras y se vengasen de sus enemigos; que no para que por su sola mano hubiésemos de ganar aquella gran ciudad; y puesto que siempre les ha hallado buenos y en todo nos han ayudado, que bien habrán visto que cada día les mandábamos salir de las calzadas, porque nosotros estuviésemos más desembarazados sin ellos para pelear, e que ya les habían dicho y amonestado otras veces que el que nos da victoria y en todo nos ayuda es nuestro señor Jesucristo, en quien creemos y adoramos; y porque se fueron al mejor tiempo de la guerra eran dignos de muerte, por dejar sus capitanes peleando y desampararlos, e que porque ellos no saben nuestras leyes y ordenanzas que es de perdonar; e que porque mejor lo entiendan, que mirasen que estando sin ellos íbamos derrocando y ganando albarradas; e que desde allí adelante les mandaba que no maten a ningunos mexicanos, porque les quiere tomar de paz.

Y después que les hubo dicho este razonamiento, abrazó a Chichimecatecle y a los dos mancebos Xicotengas y a Estesuchel hermano de don Hernando, y les prometió que les daría tierras y vasallos más de los que tenían, teniéndoles en mucho a los que quedaron en nuestro real; y asimismo habló muy bien a Tecapaneca, señor de Topeyanco, y a los caciques de Guaxocingo y Cholula, que estaban en el real de Sandoval. Y como les hubo platicado lo que dicho tengo, cada uno se fue a su real. Dejemos desto, y volvamos a nuestras grandes guerras y combates que siempre teníamos y nos daban, y porque siempre de día y de noche no hacíamos sino batallar, y a las tardes al retraer siempre herían a muchos de nuestros soldados, dejaré de contar muy por extenso lo que pasaba; y quiero decir, como en aquellos días llovía en las tardes, que nos holgábamos que viniese el aguacero temprano, porque, como se mojaban los contrarios, no peleaban tan bravosamente y nos dejaban re. traer en salvo, y desta manera teníamos algún descanso. Y porque ya estoy harto de escribir batallas, y más cansado y herido estaba de me hallar en ellas, y a los lectores les parecerá prolijidad recitarlas tantas veces: ya he dicho que no puede ser menos, porque en noventa y tres días siempre batallábamos a la continua; mas desde aquí adelante, si lo pudiese excusar, no lo traería tanto a la memoria en esta relación. Volvamos a nuestro cuento: y como en todos tres reales les íbamos entrando en su ciudad, Cortés por la suya, y Sandoval también por su parte, y Pedro de Alvarado por la nuestra, llegamos a donde tenían la fuente, que ya he dicho otra vez que bebían agua salobre; la cual quebramos y deshicimos porque no se aprovechasen della, y estaban guardándola algunos mexicanos, y tuvimos buena refriega de vara y piedra y flecha, y muchas lanzas largas con que aguardaban a los de a caballo, porque por todas partes de las calles que les habíamos ganado andaban ya, porque ya estaba llano y sin agua y podían correr muy gentilmente. Dejemos de hablar en esto, y digamos cómo Cortés envió a Guatemuz mensajeros rogándole con la paz, y fue de la manera que diré adelante.

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