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Cómo en México se hicieron grandes fiestas y banquetes por alegría de las paces del cristianísimo emperador nuestro señor, de gloriosa memoria, con el rey Francisco de Francia, cuando las vistas de Aguas-Muertas En el año de 38 vino nueva a México que el cristianísimo emperador nuestro señor, de gloriosa memoria, fue a Francia, y el rey Francisco de Francia le hizo gran recibimiento en un puerto que se dice Aguas-Muertas, donde se hicieron paces y se abrazaron los reyes con gran amor, estando presente madama Leonor, reina de Francia, mujer del rey Francisco y hermana del emperador, de felice recordación, nuestro señor, donde se hizo gran solemnidad y fiestas en aquellas paces, y por honra y alegría dellas, el virrey don Antonio de Mendoza y el marqués del Valle y la real audiencia y ciertos caballeros conquistadores hicieron grandes fiestas. En esta sazón habían hecho amistades el marqués del Valle y el visorrey don Antonio de Mendoza, que estaban algo amordazados sobre el contar de los vasallos del marquesado y sobre que el virrey favoreció mucho al Nuño de Guzmán para que no pagase la cantidad de pesos de oro que se debía a Cortés desde el tiempo que fue el Nuño de Guzmán presidente en México; y acordaron de hacer grandes fiestas y regocijos, y fueron tales, que otras como ellas, a lo que a mí me parece, no he visto hacer en Castilla, así de justas y juegos de cañas, correr toros, encontrarse unos caballeros con otros, y otros grandes disfraces que había; e todo esto que he dicho no es nada para las muchas invenciones de otros juegos, como se solían hacer en Roma cuando entraban triunfando los cónsules y capitanes que habían vencido batallas, y los epitafios y carteles que sobre cada cosa había; y el inventor de aquellas cosas fue un caballero romano que se decía Luis de León, persona que decían que era de linaje de los patricios, natural de Roma.

Y volviendo a nuestra fiesta, amaneció hecho un bosque en la plaza mayor de México, con tanta diversidad de árboles, tan natural como si allí hubieran nacido. Había en medio unos árboles como que estaban caídos de viejos y podridos, y otros llenos de moho, con unas yerbecitas que parece que nacían de ellos; y otros árboles colgaban uno como vello; y otros de otra manera, tan perfectamente puestos que era cosa de notar. Y dentro en el bosque había muchos venados, y conejos, y liebres, y zorros, y adives, y muchos géneros de alimañas chicas de las que hay en esta tierra, y dos leoncillos y cuatro tigres pequeños, y teníanlos en corrales que hicieron en el mismo bosque, que no podían salir hasta que fuese menester echar fuera para la caza; porque los indios naturales mexicanos son tan ingeniosos de hacer estas cosas, que en el universo, según han dicho muchas personas que han andado por el mundo, no han visto otros como ellos; porque encima de los árboles había tanta diversidad de aves pequeñas, de cuantas se crían en la Nueva-España, que son tantas y de tantas raleas, que sería larga relación si las hubiese de contar. Y había otras arboledas muy espesas algo apartadas del bosque, y en cada una de ellas un escuadrón de salvajes con sus garrotes añudados y retuertos, y otros salvajes con arcos y flechas; y vanse a la caza; porque en aquel instante las soltaron de los corrales y corren tras ellas por el bosque y salen a la plaza mayor, sobre matar la caza, los unos salvajes con otros revuelven una cuestión soberbia entre ellos, que fue harta de ver cómo batallaban a pie; y desde que hubieron peleado un rato se volvieron a su arboleda.

Dejemos esto que no fue nada para la invención que hubo de jinetes hechos de negros y negras con su rey y reina y todos a caballo, que eran más de 50 y de las grandes riquezas que traían sobre sí de oro y piedras ricas y aljófar y argentería; y luego van contra los salvajes y tienen otra cuestión sobre la caza; que cosa era de ver la diversidad de rostros que llevaban, las máscaras que traían y cómo las negras daban de mamar a sus negritos y cómo hacían fiestas a la reina. Después de esto amaneció otro día en mitad de la misma plaza mayor hecha la ciudad de Rodas con sus torres y almenas, troneras y cubos y cavas y alrededor cercada y tan al natural como era Rodas, y con cien comendadores con sus ricas encomiendas, todas de oro y perlas, muchos de ellos a caballo a la jineta, con sus lanzas y adargas, y otros a la estradiota, para romper lanzas; y otro a pie con sus arcabuces y por gran capitán general de ellos y gran maestro de Rodas era el marqués Cortés, y traían cuatro navíos con sus mástiles y trinquetes, mesanas y velas y tan al natural que se elevaban algunas personas en ello de los ver ir a la vela por mitad de la plaza y dar tres vueltas y soltar tanta de la artillería que los navíos tiraban; y venían allí unos indios al bordo vestidos al parecer como frailes dominicos, que es como vienen de Castilla, pelando unas gallinas y otros frailes venían pescando. Dejemos los navíos y su artillería y trompetería, quiero decir cómo estaban en una emboscada metidas dos capitanías de turcos muy al natural a la turquesa, con riquísimos vestidos de sedas y de carmesí y grana con mucho oro, y ricas caperuzas, como ellos los traen en su tierra y todos a caballo, y estaban en celada para hacer un salto y llevar ciertos pastores con sus ganados que pacían cabe una fuente, y el un pastor de los que guardaban se huyó y dio gran aviso al gran maestre de Rodas.

Ya que llevaban los turcos los ganados y pastores, salen los comendadores y tienen una batalla entre los unos y los otros, que les quitaron la presa del ganado, y vienen otros escuadrones de turcos por otra parte sobre Rodas y tienen otras batallas con los comendadores, y prendieron muchos de los turcos; y sobre esto, luego sueltan toros bravos para los despartir. Pues quiero decir las muchas señoras, mujeres de conquistadores y otros vecinos de México que estaban a las ventanas de la gran plaza, y de las riquezas que sobre sí tenían de carmesí y sedas y damascos y oro y plata y pedrería, que era cosa riquísima; a otros corredores estaban otras damas muy ricamente ataviadas, que las servían galanes. Pues las grandes colaciones que se daban a todas aquellas señoras así a las de las ventanas como las que estaban en los corredores y les sirvieron de mazapanes, alcorzas y diacitrón, almendras y confites, y otras de mazapanes con las armas del marqués, y otras con las armas del virrey, y todas doradas y plateadas, y entre algunas iban con mucho oro sin otra manera de conserva; pues frutas de la tierra no las escribo aquí porque es cosa espaciosa para las acabar de relatar; y demás de esto, vinos los mejores que se pudieron haber; pues aloja y clarea y cacao con su espuma, y suplicaciones y todo servido con ricas vajillas de oro y plata; y duró este servicio desde una hora después de vísperas y después otras dos horas que la noche los departió que cada uno se fue a casa.

Dejemos de contar colaciones y las invenciones y fiestas pasadas y diré de dos solemnísimos banquetes que se hicieron. Uno hizo el marqués en sus palacios, y otro hizo el virrey en los suyos y casas reales, y estos fueron cenas. Y la primera hizo el marqués, y cenó en ella el virrey con todos los caballeros y conquistadores de quien se tenía cuenta con ellos, y con todas las señoras, mujeres de los caballeros y conquistadores, y de otras damas, y se hizo muy solemnísimamente. Y no quiero poner aquí por memoria de todos los servicios que se dieron porque será gran relación; basta que se diga que se hizo muy copiosamente. Y la otra cena que hizo el virrey, la hizo en los corredores de las casas reales, hechos unos como vergeles y jardines entretejidos por arriba de muchos árboles con sus frutas, al parecer que nacían de ellos; encima de los árboles muchos pajaritos de cuantos pudiera haber en la tierra, y tenían hecha la fuente de Chapultepeque, y tan al natural como ella es con unos manaderos chicos de agua que reventaban por algunas partes de la misma fuente, y allí cabe ella estaba un gran tigre atado con unas cadenas y a la otra parte de la fuente estaba un bulto de hombre, de gran cuerpo, vestido de arriero con dos cueros de vino cabe el que se adurmió de cansado, y otros bultos de cuatro indios que le desataban de un cuero y se emborrachaban y parecía que estaban bebiendo y haciendo gestos y estaba hecho todo tan al natural que venían muchas personas de todas jaeces con sus mujeres a lo ver.

Pues ya puestas las mesas había dos cabeceras muy largas y en cada una su cabecera; en la una estaba el marqués, y en la otra el virrey, y para cada cabecera sus maestresalas y pajes y grandes servicios con mucho concierto. Quiero decir lo que se sirvió. Aunque no vaya aquí escrito por entero diré lo que me acordaré porque yo fui uno de los que cenaron en aquellas grandes fiestas. Al principio fueron sus ensaladas hechas de dos o tres maneras y luego cabritos y perniles de tocino asado a la ginovisca, tras esto pasteles de codornices, y palomas, y luego gallos de papada y gallinas rellenas; luego manjar blanco; tras esto pepitoria; luego torta real, luego pollos y perdices de la tierra y codornices en escabeche. Y luego alzan aquellos manteles dos veces y quedan otros limpios con sus panzuelos; luego traen empanadas de todo género de aves y de caza; éstas no se comieron, ni aún de muchas cosas del servicio pasado; y luego sirven de otras empanadas de pescado, tampoco se comió cosa de ello; luego traen carnero cocido, y vaca, y puerco y nabos y coles, y garbanzos; tampoco se comió cosa ninguna; y entre medio de estos manjares ponen en las mesas frutas diferenciadas para tomar gusto, y luego traen gallinas de la tierra cocidas enteras, con picos y pies plateados: tras esto anadones y ansarones enteros con los picos dorados, y luego cabezas de puercos y de venados y de terneras, por grandeza; y con ello grandes músicas de cantares a cada cabecera, y la trompetería y géneros de instrumentos, arpas, vigüelas, flautas, dulzainas, chirimías; en especial cuando los maestresalas servían las tazas; traían a las señoras que allí estaban y cenaron, que fueron muchas más que no fueron a la cena del marqués, muchas copas doradas, unas con aloja, otras con vino, otras con agua y otras con clarea; y tras esto sirvieron a otras señoras más insignes de unas empanadas muy grandes y en algunas de ellas venían dos conejos vivos, y en otras conejos vivos chicos, y otras llenas de codornices y palomas y otros pajaritos vivos y cuando se las pusieron fue en una sazón y a un tiempo y desde que les quitaron los coberteros los conejos se fueron huyendo sobre las mesas y las codornices y pájaros volaron.

Aún no he dicho del servicio de aceitunas y rábanos y queso y cardos y frutas de la tierra; no hay que decir sino que toda la mesa estaba llena del servicio dellos. Entre estas cosas había truhanes y decidores que decían en loor del Cortés y del virrey cosas muy de reír. Y aún no he dicho las fuentes, del vino blanco y tinto, hechos de industria que corrían. Pues abajo en los patios, otros servicios para gentes y mozos de espuela y criados de todos los caballeros que cenaban arriba en aquel banquete, que pasaron de trescientos y más de doscientas señoras. Pues aún se me olvidaban los novillos asados enteros llenos de dentro de pollos y gallinas y codornices y palomas y tocino. Esto fue en el patio abajo entre los mozos de espuelas y mulatos e indios. Y digo que duró este banquete desde que anocheció hasta dos horas después de media noche, que las señoras daban voces que no podían estar más a la mesa y otras se acongojaban y por fuerza alzaron los manteles, que otras cosas había que servir. Y todo esto se sirvió con oro y plata y grandes vajillas muy ricas. Una cosa vi que con estar cada sala llena de españoles que no eran convidados y eran tantos que no cabían en los corredores, que vinieron a ver la cena y banquete, y no faltó en toda aquella cena del virrey plata ninguna; y en la del marqués faltaron más de cien marcos de plata; y la causa que no faltó en la del virrey fue porque el mayordomo mayor, que se decía Agustín Guerrero, mandó a los caciques mexicanos que para cada pieza pusiese un indio de guarda y aunque se enviaban a todas las casas de México muchos platos y escudillas con manjar blanco y pasteles y empanadas y otras cosas de este arte, iba con cada pieza de plata un indio y lo traía; lo que faltó fue saleros de plata, muchos manteles y pañizuelos y cuchillos, y esto el mismo Agustín Guerrero me lo dijo otro día; y también contaba el marqués por grandeza que le faltaba sobre cien marcos de plata.

Dejemos las cenas y banquetes y diré que para otro día hubo toros y juegos de cañas y dieron al marqués un cañazo en un empeine del pie, que estuvo malo y cojeaba; y para otro día corrieron caballos desde una plaza que llaman el Taltelulco hasta la plaza Mayor y dieron ciertas varas de terciopelo y raso para el caballo que más corriese y primero llegase a la plaza; y asimismo corrieron unas mujeres desde debajo de los portales del tesorero Alonso de Estrada hasta las casas reales y se les dio ciertas joyas de oro a la que más presto llegó al puesto; e hicieron muchas farsas, y fueron tantas, que ya no se me acuerda, y de noche hicieron disfraces, y porque de estas grandes fiestas hubo dos cronistas que lo escribieron según y de la manera que pasó, y quien fueron los capitanes y gran maestre de Rodas, y aún lo enviaron a Castilla para que en el real consejo de Indias se viese, porque su majestad en aquella sazón estaba en Flandes. Quiero poner una cosa de donaire y es que un vecino de México que se dice el maestre de Roa, ya hombre viejo que tiene un gran lobanillo en el pescuezo y era de oficio catepasmo como tiene nombre de maestre de Roa le nombraron adrede maese de Rodas, porque este cirujano fue el que el marqués hubo enviado a llamar a Castilla para que le curase el brazo derecho que tenía quebrado de una caída de un caballo después que vino de Honduras, y porque viniese a curarle el brazo se lo pagó muy bien y le dio unos pueblos de indios; y cuando se acabaron de hacer las fiestas que dicho tengo como tuvo nombre de maestre de Rodas y fue uno de los cronistas y tenía buena plática, fue a Castilla en aquella sazón y tuvo tal conocimiento con la señora doña María de Mendoza mujer del comendador mayor, don Francisco de los Cobos, que la convocó y la prometió de le dar cosas con que pariese y de tal manera se lo decía que le creyó y la señora doña María le dijo que si paría que le daría dos mil ducados y le favorecería en el real consejo de Indias para haber otros pueblos de indios y asimismo le prometió el mismo maestre de Roa al cardenal de Sigüenza, que era presidente de Indias, que le sanaría de la gota, y el presidente se lo creyó, y luego le proveyeron, por mandado del cardenal y por favor de la señora doña María de Mendoza de muy buenos indios, mejores que los que tenía, y lo que hizo en las curas fue que ni sanó al marqués de su brazo, antes se le quedó más manco, puesto que se lo pagó muy bien y le dio los indios por mí memorados, ni la señora doña María de Mendoza, nunca parió por más letuarios calientes de zarzaparrilla que la mandó comer, ni al cardenal sanó de su gota; y quedóse con las barras de oro que le dio Cortés y con los indios que le hubo dado el real consejo de Indias, y volvióse a la Nueva-España rico e con buenos indios y dejá en Castilla entre los negociantes que habían ido a pleitos unos chistes que el maestre de Roa, que por solo el nombre que le pusieron maestre de Rodas y ser plático les fue a engañar así al presidente como a la señora doña María de Mendoza; y otros conquistadores, con cuanto sirvieron a su majestad, no recaudaron nada y que valió más un poco de zarzaparrilla que llevó, que cuantos servicios hicimos los verdaderos conquistadores a su majestad.

Dejemos de contar vidas ajenas, que bien sé que tendrán razón de decir que para qué me meto en estas cosas, que por contar una antigüedad y cosa de memoria acaecida, dejo mi relación; volvamos a ella. Y es, que como se acabaron de hacer las fiestas, mandó el marqués apercibir navíos y matalotaje para ir a Castilla, para suplicar a su majestad que le mandase pagar algunos pesos de oro de los muchos que había gastado en las armadas que envió a descubrir; y porque tenía pleitos con Nuño de Guzmán, que en aquella sazón le envió preso al Nuño de Guzmán el audiencia real a España, y también tenía pleitos sobre el contar de los vasallos; y entonces Cortés me rogó a mí que fuese con él, y que en la corte demandaría mejor mis pueblos ante los señores del real consejo de Indias que no en la audiencia real de México; y luego me embarqué y fui a Castilla, y el marqués no fue de ahí a dos meses, porque dijo que no tenía allegado tanto oro como quisiera llevar, y porque estaba malo del empeine del pie, del cañazo que le dieron, y esto fue en el año de 540; y porque el año pasado de 539 falleció la serenísima emperatriz nuestra señora doña Isabel, de gloriosa memoria, la cual falleció en Toledo en primero día del mes de mayo, y fue llevado a sepultar su cuerpo a la ciudad de Granada, y por su muerte se hizo gran sentimiento en la Nueva-España, y se pusieron todos los más conquistadores grandes lutos, e yo, como regidor que era de la villa de Guazacualco e conquistador más antiguo, me puse grandes lutos, y con ellos fui a Castilla; y llegado a la corte, me los torné a poner muchos mayores, como era obligado, por la muerte de nuestra reina y señora, y en aquel tiempo también llegó a la corte Hernando Pizarro, que vino del Perú, y fue cargado de luto, con más de cuarenta hombres que llevaba consigo, que le acompañaban; y también en esa sazón llegó Cortés a la corte con luto él y sus criados, que estaba en aquella sazón la corte en Madrid; y los señores del real consejo de Indias, como supieron que Cortés llegaba cerca de Madrid, le mandaron salir a recibir, y le señalaron por posada las casas del comendador don Juan de Castilla; y cuando algunas veces iba Cortés al real consejo de Indias, salía un oidor hasta la puerta donde hacían el acuerdo del real consejo, y le llevaba con mucho acato a los estrados donde estaba el presidente don fray García de Loaysa, cardenal de Sigüenza, y después fue arzobispo de Sevilla; y oidores el licenciado Gutierre Velázquez y el obispo de Lugo y el doctor don Juan Bernal Díaz de Luco y el doctor Beltrán; y un poco junto de las sillas de aquellos señores caballeros le ponían a Cortés otra silla e le oían; y desde entonces nunca más volvió a la Nueva-España, porque entonces le tomaron residencia, y su majestad no le quiso dar licencia para que se volviese a la Nueva-España, puesto que echó por intercesores al almirante de Castilla y al duque de Béjar y al comendador mayor de León; y aun también echó por intercesora a la señora doña María de Mendoza, y nunca le quiso dar licencia su majestad; antes mandó que le detuviesen hasta acabar de dar la residencia, y nunca la quisieron concluir; y la respuesta que le daban en el real consejo de Indias era, que hasta que su majestad viniese de Flandes de hacer el castigo de Gante, que no podían darle licencia.

Y también en aquella sazón al Nuño de Guzmán le mandaron desterrar de su tierra y que siempre anduviese en la corte, y le sentenciaron en cierta cantidad de pesos de oro; mas no le quitaron los indios de su encomienda de Xalisco; y también andaba él y sus criados cargados de luto. Y como en la corte nos veían, así al marqués Cortés como al Pizarro y al Nuño de Guzmán y todos los demás que veníamos de la Nueva-España a negocios, y otras personas del Perú, con lutos, tenían por chiste de llamarnos "los indianos peruleros entutados". Volvamos a nuestra relación: que también en aquel tiempo a Hernando Pizarro le mandaron echar preso en la Mota de Medina, y entonces me vine yo a la Nueva-España, y supe que había pocos meses que se habían alzado en las provincias de Xalisco unos peñoles que se llaman Nochitlan, y que el virrey don Antonio de Mendoza los envió a pacificar a ciertos capitanes, y a unos que se decía Cristóbal de Oñate, y los indios alzados daban grandes combates a los españoles y soldados, que de México y, viéndose cercados de los indios, enviaron a demandar socorro al don Pedro de Alvarado, que en aquella sazón estaba en unos sus navíos de una gran armada que hizo en lo de Guatemala para la China; en el puerto de la Purificación, y fue a favorecer a los españoles que estaban sobre los peñoles por mí ya nombrados, y llevó gran copia de soldados y dende a pocos días murió por causa de un caballo que le tomó debajo y le machucó el cuerpo, como adelante diré. Y quiero dejar esta plática, y traeré a la memoria dos armadas que salieron de la Nueva-España la una era la que hizo el virrey don Antonio de Mendoza, y la otra fue la que hizo don Pedro de Alvarado, según dicho tengo.

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