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CANTO VEYNTE Y TRES Donde se dize la muerte del maese de campo, y lo que despues sucedio, hasta lleuar la nueua al Gouernador Renueuese el dolor, y el ronco azento, Con funebre dolor salga llorando, La fiera y braua muerte lamentable, De aquel varon heroico que rompiendo, Por mil furiosas baruaras esquadras, Por la terrible espada poderosa, Vn mar de fresca sangre va bertiendo, Tres largas horas con valor sostuuo, Todo el inorme peso portentoso, De la cruenta batalla el nueuo Marte, Con tan sobrado animo y esfuerço, Como si de vn fino bronce fuera, Pues viendo aquel membrudo y fiero Qualpo, La fineza del Español gallardo, Con sobrado corage fue à dos manos, Del arco las dos puntas encorbando. Para que con mayor violencia y fuerça, La poderosa flecha se arrancase, De la tirante cuerda belicosa, Y assi la despididio con tal braueza, Que rompiendole toda la escarcela, Atrabesada se quedó temblando, Por el derecho muslo bien assida, Aqui el Zaldiuar reboluio furioso, Qual rabiøso lcon atrabesado, Del riguroso dardo que le claua, El hastuto montero que le sigue, Tras cuio braço vemos que se enciende, Y se arma, sacude, y embrabeze, Rabioso, lebantando, y herizando, El aspero creston del alto cerro, El bedijoso cuello reboluiendo, Y con roncos bramidos y gemidos, Fuertes vñas y dientes corajosos, Para todos arranca y se abalança, No de otra suerte y traza la braueza, Del brauo Español crece y se lebanta, Haziendo vn bien tendido y ancho campo, Por do quiera que embiste y arremete, Aqui derriba, tulle y estropea, Alli huyendo del se acogen todos, Qual vanda de palomas que esparcidas, Huyendo del vilano van tendiendo, Las alas por el ayre y van buscando, Los auigados nidos puerto libre, Donde seguras puedan ampararse, Y libres de sus garras socorrerse, Assi los Acomeses temerosos, Apriessa se retiran y recogen, Mas como lo violento no es perpetuo, La gran braueza file desfalleciendo, Qual en vn fiero toro desfalleze, Quando en estrecho coso agarrochado, Se ve por todas parte afligido, Arroyado de sangre denegrida, Ya falto de vigor, fuerça, y aliento, No menos el raudal brauo famoso, De aquel brioso animo valiente, Vino à menguar sus esforçadas fuerças, Que ya como atras queda referido, Sobre el furiosos golpes descargauan, Pilco embistio con todos sus guerreros, Zutacapan tambien fue descargando, Ayudado de Amulco y Ezmicaio, Cotumbo y Tempal fueron reboluiendo, Y assi todos se fueron ya mezclando, Con la popular tropa que embestia, Sobre el brauo caudillo destroncado, Cobrando en su flaqueza nueuos brios, Tanto mas alentados y esforçados, Quanto menos esfuerco Y resistencia, Sintieron en el pobre cauallero, Condicion propria, y natural cosecha, De torpes brutos, animos bestiales, Ensayar su furor en vn rendido, Y que en el sean sus golpes señalados, Fingiendose valientes y animosos, Como si por alli no le dexara, Mucho mas descubierta la bageza, De sus infames animos cobardes, Pues siendo tan apriessa lastimado, Luego que por tres bezes ya perdido, Del suelo se cobro con nueuo esfuerço, El animoso y fuerte combatiente, Haziendo en todas tres, por tres leones, Tres bien desocupadas y anchas placas, Al fin con gran cuidado fue bajando, De aquel Zutacapan la fiera maça, Con tan valiente fuerça que assentada, Sobre las altas sienes del Zaldiuar, Alli rendido le dexò entregado, Al reposo mortal y largo sueño, Que a todos nos es fuerça le durmamos, O vida miserable de mortales, Sugeta à mil millones de miserias, Peligros, desbenturas, y desastres, Naufragios, y otros tristes accidentes, De miseros subcessos que notamos, Aquellos que aunque libres los sentidos, Dios sabe si otra cosa nos aguarda, De mas dolor, miseria, y mas quebranto, Que aquellas que muy graues nos parecen, Pues viendo aquel guerrero alli tendido, Como rabiosos perros lebantaron, Vn grande estruendo, baruaro confusso, De aullidos y alaridos temerosos, Y reempujandose desatinados, Los vnos à los otros se estorbauan, Por solo ensangrentar las fieras armas, Que cada qual mandaua y gobernaua, En la inocente sangre del Christiano, Y tantos golpes fueron descargando, Qual suelen los herreros quando en torno, Gimiendo junto al yunque van bajando, Los poderosos machos, y à porfia, Assientan con esfuerço mayor golpe, Y tantos sobre el dieron y cargaron, Quantos sobre aquel noble de Anaxarco, Quando por vista de ojos vio molerse, En vn grande mortero bien fornido, Adonde en lastimosa y tierna pasta, La carne con los guessos le dexaron, Viendo al Maese de campo ya rendido, El valiente Zapata, y Iuan de Olague, El gran Leon, y fuerte Cauanillas, Y aquel Pedro Robledo el animoso, Auiendo como buenos señalado, Sus imbenzibles braços no domados, Resistiendo à la turba que cargaua, Se fueron à gran priessa retirando, Hasta llegar à vn alto lebantado, De mas de cien estados descubiertos, De donde todos cinco se lançaron, Por milagro las vidas escapando, Ecepto el miserable de Robledo, Que derramados los bullentes sesos, Por las peñas bajó sin ambos ojos, Y como Sosa y Tabora con priessa, Y con ellos Antonio Sariñana, Se fueron a buen tiempo retirando, Libres y sin zozobra descendieron, Al llano de la cumbre lebantada, Donde el Alferez Casas quedó en guarda, De la importante y fuerte cauallada, El qual fue recogiendo à grande priessa, Aquellos quatro amigos despeñados, Que casi muertos los halló molidos, Sin genero de pulso ni sentido, Con los quales salio sin detenerse, Al puesto y vando amigo que dejaron, Donde los recibieron con gran llanto, Y despues que curaron los heridos, Acordaron que Tabora saliesse, A dar al General la triste nueua, Y luego despacharon por la posta, Por todas las Prouincias comarcanas, Porque à los Religiosos descuidados, Alguna tropa no les embistiesse, Y à todos sin las vidas los dexasen, Y para obiar tan grande incombiniente, A todos escriuieron y auisaron, Que a mas andar se fuessen recogiendo, Al Real de san Iuan con toda priessa, Donde ya con ligero y presto huelo, La vil parlera fama auia llegado, Con la infelix nueua desdichada, Alli luego el Sargento descuidado, De nueua tan atroz quedó suspenso, Los braços en el pecho bien cruzados, Y teniendo el aliento por buen rato, Con profundos gemidos fue vertiendo, Vna gran lluuia con que fue apagando, Las brasas en que su alma se abrasaua, De vna tan grande perdida encendida, Y despues que sus ojos fatigados, Vbieron vn gran golfo ya vertido, Todo lo mas que pudo fue sufriendo, Por no desconsolarà las mugeres, Que en viuos gritos todas se encendian, Y assi como leonas que bramando, Sus muertos cachorrillos rezucitan, No menos dando vozes pretendian, Dar vida a sus difuntos malogrados, Y cada qual sintiendo su desdicha, Gritos a sus maridos estan dando, Y otras al dulze hijo y caro hermano, Otras al bien hechor y deudo amado, Con tanto sentimiento que ya el pueblo, Con lastimoso llanto se hundia, De las pobres señoras que mesauan, Las hebras de oro fino que tenian, Y con sus blancas manos azotauan, Las rosadas mexillas de sus rostros, Con vno y otro golpe que se dauan, Haziendo tanta confusión y estruendo, Como quando con furia y con braueça, El poderoso mar resurte y vate, En las concabas rocas y peñascos, Que contra su gran fuerça se anteponen, Vista tan gran desdicha y desbentura, Reprimiendo el Sargento como pudo, Del sexo femenil el tierno llanto, Sacando algunas fuerças de flaqueza, Bien lastimado, triste, y afligido, Mandó por los difuntos se hiziessen, Vnas tristes obsequias funerales, En este medio tiempo y coiuntura, Llegó el Capitan Tabora diziendo, No auer podido dar con el camino, Y rastro, que el Gouernador lleuaua, Visto el recado con que auia venido, Sin mas acuerdo se mando que Casas, Y que Francisco Sanchez el Caudillo, Francisco Vazquez, y Manuel Francisco, Soldados de valor, y de verguença, Saliessen con grandisima presteza, Y la nueua al Gouernador lleuasen, Y apenas se les dixo quando luego, En sus cauallos bien encubertados, Marchando juntos con valor salieron, Y rompiendo por mil dificultades, Que los baruaros siempre les pusieron, Sin poder ofender à sus personas, Aunque algunos cauallos les mataron, Al fin con buena y presta diligencia, Llegaron estos quatro valerosos, Al mismo asiento, puesto, y estalage, Donde en mi gran trabajo riguroso, Fuy por mi buena suerte socorrido, Pues viniendo el Gouernador al puesto, De aquella triste nueua descuidado, Marchando con grandissimo contento, Con acuerdo de hazer alli jornada, Y de hospedarse en Acoma otro dia, Auiendo preuenido grandes fiestas, Para quando el Real se descubriesse, Y otras para despues que dentro entrase, Estando como digo preuenido, Y todo con acuerdo platicado, Llegaron los amigos sin consuelo, Muy tristes, cabizbajos, y llorosos, Y antes que puedan dar la triste nueua, Quiero tomar reposo si pudiere, Si es que por mi desgracia y corta suerte, He de boluer de nueuo a lamentarme, Para mas afligirme y lastimarme.

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