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CANTO TREINTA Y TRES Del miserable fin que tuuo Bempol, y de otros que con él sus dias acabaron, y del sentimiento que hizo el Sargento mayor, buscando los guessos de su hermano Dios nos libre del aspero castigo, Con que su gran grandeza nos lastima, Lebantando su mano poderosa, Para que como reprobos sintamos, Mal del gran bien, y bien del mal que es grande, Porque apenas abremos allegado, A fuerte tan perdida y desdichada, Quando de todo punto zabullidos, En el abismo y centro nos hallemos, De todo lo que es vltima miseria, Dolor, tristeza, y vItimo quebranto, Dexernos las historias que estan llenas, De mil sucessos tristes ya passados, Y digalo este yelolatra perdido, Suelto, desamparado, y ya dexado, De tan santa, diuina, y alta mano, Qual es el paradero en que le vemos, O gran bondad inmensa, no permitas, Por tus llagas rasgadas tal castigo, Por los que tu ley santa professamos, Que si los que andan fuera del rebaño, Merecen mi señor los desampares, Otros castigos tiene tu justicia, Que pueden molestarnos y afligirnos, Y no el que aqueste misero padece, Cuia desdicha si quereis notarla, Bolued Rey poderoso alli los ojos, Mirad al pobre Bempol desdichado, Que esta sobre aquel risco temeroso, Desde cuia alta cumbre lebantada, Assi comiença el triste a despedirse, Oy me da ya reposo mi desdicha, Si es que desdicha puede dar sossiego, Al que a sus pies se rinde zozobrado, Ymi temprana muerte me apareja, Seguro y dulze puerto con alibio, Si es que el morir tambien puede alibiarme, De tan inorme carga como lleno, Y solo con perpetua sepultura, Saliendo como espero desta afrenta, Pueden faltarme obsequias funerales, Si como estoy determinado siembro, Las miseras cenizas ya perdidas Deste triste mortal corporeo velo, Vertiendolas sin lastima, pues puedo, Desta tan alta cumbre despeñarme, Y cerrando el postrer dia de mi vida, No faltara quien a mi dulze patria, Con esta sin ventura nueua rompa, El ayre en vano, porque presto llegue, A las orejas tristes miserables, De aquella que por corta y mala suerte, Le cupo aqueste pobre por esposo, Y Cada qual sintiendo con tristeza, O sobra de alegria y de contento, De mi vltimo fin triste, miserable, Dira lo que quisiere y le agradare, Y luego que esto se aya ventilado, Despues que el Sol por doze Lunas corra, Ya no aura quien de mi jamas se acuerde, Que esto es muy cierto, quando el tiempo corre, Que se enjugan las lagrimas caudales, Y cansan los suspiros mas ansiosos, Y acaban los dolores dile se sufren, Por aquellos que fueron mas amigos, Mas padres, mas hermanos, mas parientes, Mas queridos, mas hijos, y mas deudos, Mas amparo, consuelo, y mas firmeza, De buenos y carissimos maridos, ¡O Acoma à què Dios has ofendido, O por què causa assi los altos dioses, Quieren contra nosotros enojarse, Sufrele que tal yra, y tal corage, Muestren dioses, y mas contra vna fuerça, Que es inmortal, qual ellos inmortales, Y en las cosas de guerra y preheminencia, Tan insigne, tan fuerte y poderosa, Que si sus fuerças no nos contrastaran, Fuera cosa muy facil el hazerse, De todo el mundo vniuersal señora, Mas como dizen que en los graues males, Ay consuelo si muchos le parecen, Si aquesta es regla cierta, que consuelan, Como no viuo agora consolado!, Y estando assi hablando y replicando, Para él endereçaron donzellas con sus madres, Y atonitas corriendo en competencia, Para el triste se fueron acercando, Como suelen las simples mariposas, Quando a la lumbre vernos que se acercan, Y alegres se abalançan y se apegan, Y alli fenecen todas abrasadas, Assi desalentadas se apegaron, Las miseras al misero afligido, A quien con alma y coraçon clamauan, Con gran suma de lagrimas amargas, Solloços y ternissimos suspiros, Que quisiesse de tanto afan librarlas, Lleuanolas perdidas à la parte, Que fuesse de su gusto, y que jurauan, De no desampararle por trabajos, Angustias, y miserias que viniessen, Y por mas que fortuna descargase, Con poderosos golpes esforçados, Su riguroso braco y las truxesse, Debajo de su rueda rebolcadas, Y si no que les diesse compañía, Con quien todas pudiessen escaparse, Y para mas mouerle a sus clamores, Delante le pusieron vna hija, Que de su patria trujo quando vino, Por gusto de Gicombo à aquella fuerça, La qual acaso quiso entremeterse, Con el brauo temor y sobresalto, Con las demas donzellas que clamauan, Y poniendo la vista en todas ellas, Clauola y la detuuo en sola aquella, Que era la misma lumbre de sus ojos, Y de tan tierna edad, que no tenia, Diez miserables años bien cumplidos, Y qual si fuera firme y alta roca, En el ancho mar puesta y assentada, Que con su ynorme pelo y graue assiento, Al tempestuoso mar y à todos vientos, Con gran fuerça resiste y se antepone, Assi contrauiniendo à su plegaria, Furioso desta suerte les responde, Mezquinas de vosotras miserables, Si es fuerça que salgais de aquesta vida, Qual compañia podeis tomar que os sea, Mas que esta que teneis auentajada, Y donde quereis que no os espere, Mayor quebranto que este que os aflige, Con cuio susto absorto y elebado, Quedó pasmado y fuera de sentido, Hiriendo con la vista aguda y braua, Los lebantados Cielos corajoso, Con vna y otra punta que embiaua, Y assienio à la muchacha por el braço, Con la pobre se despeñò diziendo, Si quereis libre libertad seguidime, Y qual si fueran simples ouejuelas, Que viendo se abalança y se despeña, El que es manso cencerro, y que las guia, Que todas tras del vemos arrojarse, Sin genero de miedo ni rezelo, Assi todas se fueron despeñando, Dando fin à sus dias miserables, Y llorando su grande desbentura, Para el segundo aluergue caminaron, Que ocupan segun dize el gran lombardo, Allà en los calaboços de infierno, Los que sin merecer alguna culpa, De su voluntad fueron omicidas, De sus infames almas desdichadas, Y como el mismo Heroe se lamenta, Quanto mejor les fuera ya en la vida, De dile los pobres tristes se priuaron, Sufre sin libertad duros trabajos, Mas como el mismo dize y nos enseña, Por orden de los hados se les veda, Y es viua Fè catholica inuiolable, Que en miserable llanto permanezcan, Passado lo que auemos referido, Luego la veloz fama fue corriendo, Lleuando aquella amarga y triste nueua, A la afligida madre de Gicombo, Cuio vital calor sus flamos guessos, Por todas partes fue desamparando, Y afligida del gran dolor causado, De las atrozes muertes desdichadas, De su muy dulze hijo y cara nuera, Y del pobre marido que tenia, Sin sentido salio la miserable, Dando terriblisimos aullidos, Mesando fuertemente sus cabellos, Rompiendo por las armas Castellanas, Sin ningun pabor, miedo, ni rezelo, Y rasgando los ayres con querrelas, Sentida de dolor assi dezia, Desdichada de mi, triste afligida, Miserable sin hijo, y sin marido, Ya guerfana, y tambien desamparada, De aquestas dulzes prendas que tenia, Dezid Castillas pues que estais tan cerca, Que si hablar siquiera con su madre, No dio lugar al hijo malogrado, Donde esta la belleza de Luzcoija, Que a mi triste vejez entretenia, Este es el galardon que yo esperaua, Quando mas esperé mi buena suerte, Pensando dulzes hijos de gozaros, O Castillas si por ventura os mueue, Aquesta miserable desdichada, Pido que me quiteis aqui la vida, Mas en lo que yo puedo y tengo mano, De que me sirue seros importuna, Y qual gran marinero, o diestro buzo, Que de la lebantada y, alta entena, Bueltas las duras plantas hazia arriba, Al profundo del ancho mar se inclina, Assi la triste baruara furiosa, Desde aquel lebantado y, alto muro, Inclino con gran rabia, y con despecho, La muy blanca cabeça desgreñada, Dexandose yr a pique, y sin remedio, A los braijos profundos infernales, Vnico aluergue, centro y paradero, De todos los que alli se despeñaron, En esto salio el noble viejo Chumpo, Como quien la paz siempre pretendia, A ponerse en las manos del Sargento, Gibado de vejez, las piernas corbas, Secos los braços, y la piel pegada, A sola la osamenta que tenia, Ayudado de vn pobre caiadillo, Sobre que el flaco cuerpo sustentaua, Y puesto en su presencia temeroso, Temblando con la fuerça de los años, Assi esforçó la debil voz cansada, Hijo gracioso, el Cielo me es testigo, Y esta sangre que ves aqui vertida, Que nunca por mi fuera derramada, Si Zutacapati solo se arrimara, A mi voto, qual yo señor me arrimo, A aquesta vara tierna quebradiza, Que treinta vezes han los campos dado, De nueuo nueuas flores, y continuo, A siempre mi flazqueza sustentado, Y luego que esto dixo enternecido, Y en lastiniosas lagrimas deshecho, Prosiguio con su platica, diciendo: Para solo venir a lastimarme, Con desdicha tan grande como veo, Por estas tristes almas miserables, Afligenme sus cuerpos destrozados, Y de sus mismos perros ya comidos, Duelenme sus abuelos y sus padres, Y mas sus visabuelos que nacieron, Quando triste naci, para quedarme, A solo ser testigo de la sangre, Muertes y gran destrozo que han sufrido, Todos estos que estan aqui tendidos, Reliquias de los tristes que han passado, Que aunque es possible sepan el estrago, Allà donde sus almas se recojan, No es tan grande el dolor y sentimiento, Quanto recibe el pobre miserable, Que por sus proprios ojos ve las llagas, Que aqui vemos auiertas y rasgadas, Por querer vn traidor solo lleuarlos, A sus vanos intentos, porque quiso, Ser el solo señor de aquesta fuerça, Y por querer por fuerça lebantarse, Assi te està por fuerça ya rendido, Y vo tambien lo estoi señor, y aduierte, Que assi como el rendido y afrentado, En publico palenque, y ofendido, Cuia cabeça estuuo ya sugeta, Y a merced de la espada rigurosa, Que alli pudo acabarte y deshazerle, Y vida quiso darle es cosa cierta, Y en lides de importancia bien prouada, Que muerto alli quedò, pues muerta dexa, La honrra, el ser, valor, y todo quanto, Lebanta al buen soldado, y le abilita, Y en cosas de la guerra le acridita, Y tendiendo qual suelen los mendigos, Los flacos braços secos, algo auiertos.

Arrodillarse quiso a su presencia, Y conuertido de aspero en clemente, Su animo benigno alli apercibe, Y con palabras dulzes regaladas, Salidas sin sospecha ni reboco, De vn blando coraçon, y entrañas tiernas, Echandole los braços el Sargento, En peso le tomó, y con gran respecto, Abraçado le tuuo por buen rato, Y despues que con mucho amor le dixo, Razones y palabras de consuelo, Con que el misero viejo lastimado, Reprimio la vertiente de sus ojos, Pidiole el noble joben que le diesse, Aquel illustre cuerpo que mataron, Del caro hermano, y caros compañeros, Y auiendo con grandissimo cuidado, Puesto en esto grande diligencia, Venimos a saber como en la parte, Que vino à rendir cada qual su vida, En el mismo lugar à pura fuerça, De palos y pedradas que cargaron, En blanda y tierna masa combirtieron, Su miserable carne con los huesos, Y en confusso monton los recogieron, Y en vna gran hoguera lebantada, Con pujança de leños que arrimaron, Los rayos del Sol fueron emboluiendo, En vna obscura sombra temerosa, Y en este funeral y triste incendio, Alegres de aquel hecho que acabaron, Dando altissimos gritos y alaridos, Assi sin distincion, honor, ni cuenta, Los pobres Castellanos arrojaron, Enmedio de las llamas portentosas, Y por honrra del Dios de las batallas, Con ellos presentaron y ofrecieron, Muy ricas mantas, plumas, y pellicos, Con gran chacota, risa, y algazara, De la pleueia gente que ofrecia, Tambien al inuencible Dios furioso, Grande suma de flechas y, macanas, Arcos, bastones, maças y carcages, Contentos de que el fuego consumiesse, Los miserables cuerpos baptizados, Sabido ya el fin triste miserable, De nuestros infelices compañeros, Pedimosles que al puesto nos lleuasen, Donde al Maese de Campo dieron muerte, Sobre el qual sin tardança nos pusieron, Y en el tan gran manchon de sangre vimos, Que dos tendidas braças ocupaua, Vista por el Sargento desdichado, La sangre del hermano ya difunto, Aunque ya fria elada y Jenegrida, Sin ningun fuego començo a heruirle, En lo mas hondo de su tierno pecho, Y luego al mismo punto se le puso, Vn grosissimo ñudo atrauesado, A la pobre garganta bien assido, Y los enjutos ojos combertidos, En dos mares fin fondo derramauan, Mil arroyos de lagrimas caudales, Con que à doloroso y tierno llanto, A todos nos mouia y lebantaua, Y no bastando nadie à detenerle, Por enmedio de todos fue rompiendo, Y tendiendose encima de la mancha, Gimiendo amargamente rebentaua, Sobre la triste sangre ya vertida, Y despues que por vna larga pieça, Bañó aquel fuerte passo de amargura, Y luego que el dolor azerbo y duro, Con gran dificultad abrio la puerta, A la pobre garganta fatigada, Assi empezó afligido à lastimarse, No era aqueste el fin que yo esperaua, Quando a tantos trabajos y miserias, Quisirnos ofrecernos y entregarnos, Porque en aquellos tiempos bien pensaua, Qual soldado noble, pobre visoño, Que los dos adquirieramos gran fama, Prometiendonos suertes muy honrrosas, Colmadas de victoria, y triunfo cierto, Mas ay de mi, que por demas han sido, Mis vanas esperanças fabricadas, Pues bullirse la mas pequeña hoja, Del mas remontado arbol desta vida, Es quererlo quien todo lo gouierna, Y pensar otra cosa es desatino, Cuia verdad bien claro me has mostrado, Señor y hermano mio anhelando, A muy gloriosos fines onorosos, Rotos y destroncados por el suelo, Con medios y principios desdichados, Y por mejor dezir, fueron dichosos, Pues que con muerte felix y agradable, Seguro puerto diste a tus cuidados, Siendo primer primicia que se ofrece, En esta nueua Iglesia Mexicana, Y no yo, cuia pobre triste vida, Al duro hado, fiero y peligroso, La traigo por momentos sometida, Quien a tu lado fuerte se hallara, Quando la corta vida feneciste, Aunque el gran furor bauraro acabara, Aquesta miserable que me queda, Y escusara siquiera lastimarme, Con ver este lugar todo teñido, En la inocente sangre que dejaste, Para mayor quebranto, y mas tormento, Destos cansados ojos que llegaron, A ver tan gran desdicha y tal estrago, O Acoma no quiera Dios te impute, Aquella falsa fee, y hospicio alebe, Que à mi amado y caro hermano diste, Con tan terrible engaño y trato doble, Porque esta miserable y dura suerte, Yo solo la causé con graues culpas, Que contra el alto Dos he cometido, Mas que digo yo triste miserable, Si es que auias de gustar amarga muerte, Que mas corona y palma lebantada, Que auer venido hermano á merecerla, Donde no se les sigue mas ventaja, A los que con alegre y brauo triunfo, Cantan la gran victoria que alcançaron, Que à los vencidos si sus cuerpos quedan, En medio de las armas destrozados, Y assi es fuerça digan todos fuiste, Muy bienauenturado en tal jornada, Donde no puede ser que la grandeza, De todo el vniuerso que gozamos, Pueda darte Sepulcro mas pomposo, Ni mas gallardo y alto enterramiento, Que el que en aqueste muro memorable, Quiso la fuerça de Acoma ofrecerte, A quien yo estimo, tengo y reuerencio, Por preciosissima Ara y Monumento, Donde por tu ley santa poderosa, Por Dios y, por tu Rey alto inuencible, A su gran Magestad sacrificaste, El resto de la sangre que tuuiste, Y boluiendose alli para nosotros, Algo esforçado prosiguio diziendo, Aqui, fue Troia nobles caualleros, Aqui por su alto esfuerço y zelo ardiente, Y por su gran valor, insigne y raro, Quedarà para siempre eternizado, Y por el consiguiente conocido, Para que el claro nombre que han mostrado, Todos sus mas mayores y passados, Y con esto arboló Vna Cruz en alto, Y contritos llorando de rodillas, Todos juntos alli nos derribamos, Y a la gran Magestad de Dios pedimos, Que de sus pobres almas se doliesse, Y que a su santa gloria las lleuase, Y pues al fin señor de la jornada, Y canto postrimero he ya llegado, Quiero parar vn tanto, porque pueda, Cantar aquesto poco que me queda.

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