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Desarrollo


Acosta y la ciencia moderna En contraste con la escasa valoración que se ha hecho hasta ahora, por regla general, del P. José de Acosta, como humanista o científico social, en los temas que hemos reseñado o en otros, son unánimes y generales los elogios que se prodigan a nuestro autor como uno de los primeros escritores científicos del Renacimiento (Esteve, 1964: 105). Mencionaremos determinadas opiniones antes de destacar algunos de los aportes más significativos de Acosta al desarrollo de la ciencia moderna. En ese sentido, sabemos que el padre Feijoo, en su discurso Glorias de España llama al P. Acosta el Plinio del Nuevo Mundo (Melón, 1966: 1); pero es sobre todo la opinión de Alejandro de Humboldt (1814 34) la que ordinariamente se menciona a la hora de valorar la figura de nuestro autor. Colón --dice Humboldt-- no se limita a recoger hechos aislados; los combina, busca su mutua relación, se eleva a veces con osadía al descubrimiento de leyes generales que rigen el mundo físico. Esta tendencia a generalizar los hechos de observación es tanto más digna de atender cuanto que antes del siglo XV, yo diría antes del padre Acosta, no se ofrece ensayo parecido, lo que sitúa a nuestro autor como uno de los primeros pilares de los que arranca la ciencia moderna. Tanto para el mismo Humboldt, como para José Rodríguez Carracido (1899), el P. Acosta viene a ser el fundador de la Física del Globo (Melón, 1966: 2). Sin embargo, lo que sin duda le sirvió a Humboldt para destacar a Acosta por encima de todos sus contemporáneos fue el método riguroso, ceñido, sistemático, tan poco frecuente en los autores de su tiempo, dados por lo común a la digresión y a la divagación a base de una erudición traída a cuento con frecuencia por los cabellos pero muy aplaudida entonces por pura vanidad y deformación del gusto (Esteve, 1964: 105).

El propio Acosta, en el Proemio de la Historia Natural y Moral de las Indias, y con independencia del enfoque indigenista al que hemos aludido anteriormente, señala el hecho de que hasta agora no he visto autor que trate de declarar las causas y razón de tales novedades y extrañezas de naturaleza. Esa búsqueda de las causas y razón de las cosas es lo que lleva a Acosta, según hemos visto ya al tratar del origen del hombre americano, a cuestionar y criticar cualquier teoría previamente establecida y pese a la supuesta autoridad de quien la sustentase, al mismo tiempo que es su puro razonamiento lógico lo que le lleva a plantear hipótesis que se iban a confirmar con el tiempo, o a dar explicaciones que la acumulación de informaciones a lo largo de los siglos siguientes han venido a confirmar. Los ejemplos que mencionamos a continuación son algunos de los que se pueden entresacar como más significativos de una larga serie de aparentes intuiciones de nuestro autor. En ese sentido es sorprendente que en un pensador que se halla sin duda dentro de la más típica escolástica, el racionalismo de que hace gala le lleve a racionalizar incluso el pensamiento de Dios, ya que, como dice Esteve, Acosta no es un revolucionario, sino un escritor formado en una línea escolástica de pensamiento cuyas conclusiones quiere completar y que, en parte, se ve obligado a corregir (Esteve, 1964: 109). La proyección e influencia de Acosta en otros científicos europeos posteriores se pone de manifiesto no sólo en el campo de la Etnología, sino en otros muchos.

Es en ese sentido en el que Amando Melón (1966: 5) destaca la influencia de Acosta en Bernardo Varenio (1650), considerado como fundador de la moderna geografía científica. Entre la obra de este último y la Historia de Acosta hay ciertas coincidencias, cierta identidad de postura y hasta de expresión en algunos casos que no caben calificar de casuales, sino que inducen a suponer que el tratadista alemán estaba bien empapado en la lectura y estudio de la Historia del castellano de Medina del Campo. De las muchas primeras observaciones que hallamos en la Historia Natural y Moral de las Indias, una de las más notables es la que se refiere al soroche. La descripción del mal de altura es como sigue: Hay en el Pirú una sierra altísima que llaman Pariacaca; yo había oído decir esta mudanza que causaba, e iba preparado lo mejor que pude conforme a los documentos que dan allá, los que llaman vaquianos o pláticos, y con toda mi preparación, cuando subí las Escaleras, que llaman, que es lo más alto de aquella sierra, cuasi súbito me dio una congoja tan mortal, que estuve con pensamiento de arrojarme de la cabalgadura en el suelo, y porque aunque íbamos muchos, cada uno apresuraba el paso, sin aguardar compañero por salir presto de aquel mal paraje y con esto, luego tantas arcadas y vómitos, que pensé dar el alma porque tras la comida y flemas, cólera y más cólera y una amarilla y otra verde, llegué a echar sangre de la violencia que el estómago sentía (Acosta, 1962: 104-III 9).

La descripción que aún sigue con más pormenores puede considerarse como un modelo antológico, pero lo más interesante es la explicación del fenómeno: Que la causa de esta destemplanza y alteración tan extraña sea el viento o aire que allí reina, no hay duda ninguna : porque el aire es tan sutil y penetrativo, que pasa las entrañas y así me persuado que el elemento del aire está allí tan sutil y delicado que no proporciona a la respiración humana, que le requiere más grueso y más templado (Acosta, 1962: 105:III 9). En efecto, la causa del mal de altura, según sabemos hoy, es la anorexia o déficit en la cantidad de oxígeno en la sangre, producida no por la disminución de la total presión atmosférica, sino por disminución de la presión parcial del oxígeno en el aire; la disminución de cualquiera de las presiones dichas sutiliza el aire y lo hace penetrativo (Melón, 1966: 9). Raúl Porras Barrenechea ha reclamado para José de Acosta la primacía en describir la que conocemos como Corriente de Humboldt, a la que caracteriza y atribuye una serie de cualidades determinantes del clima de la costa peruana. Se ha destacado igualmente la genial intuición de señalar la existencia de Australia, allí donde se descubriría después esa inmensa isla, cuando dice: que hay mucha más tierra que no está descubierta, y que ésta ha de ser tierra firme opuesta a la tierra de Chile que vaya corriendo al Sur, pasado el círculo o Trópico de Capricornio; y si la hay sin duda es tierra de excelente condición, por estar en medio de los dos extremos y en el mismo puesto, que lo mejor de Europa (Acosta, 1962:34 I-9).

En el capítulo 36 del libro IV, Acosta se plantea una cuestión muy importante: cómo sea posible haber en Indias animales que no hay en otra parte del mundo. Ante ese problema, Acosta propone tres hipótesis (Aguirre, 1957): a) la de que Dios hizo una nueva creación de animales; b) la de que habiéndose conservado estos animales en el arca de Noé, emigraron a ciertos lugares de la Tierra, de los que no salieron nunca, y c) la de que los animales americanos proceden de los de Europa. Esta última posible solución al grave problema era, naturalmente, una solución evolucionista que planteaba a su vez graves problemas de carácter filosófico. En el razonamiento estricta y rigurosamente lógico que desarrolla José de Acosta, según es su costumbre, nuestro autor va descartando una por una las dos primeras hipótesis. La hipótesis evolucionista entra en el pensamiento de Acosta con toda naturalidad y espontaneidad, sin freno, con plena franqueza y honradez (Aguirre, 1957: 182). También es de considerar, si los tales animales difieren específica y esencialmente de todos los otros, o si es su diferencia accidental, que pudo ser causada de diversos accidentes, como en el linaje de los hombres ser unos blancos y otros negros, unos gigantes y otros enanos. Así, verbi gratia, en el linage de los ximios ser unos sin cola y otros con cola, y en el linage de los carneros ser unos rasos y otros lanudos, unos grandes y recios y de cuello muy largo, como los del Perú; otros pequeños y de pocas fuerzas y de cuellos cortos, como los de Castilla.

Mas por decir lo más cierto, quien por esta vía de poner sólo diferencias accidentales, pretendiese salvar la propagación de los animales de Indias, y reducirlos a las de Europa, tomará carga que mal podrá salir con ella. Porque si hemos de juzgar de las especies de los animales por sus propiedades, son tan diversas, que quererlas reducir a especies conocidas de Europa será llamar al huevo castaña (Acosta, 1962: 203 IV 36). La conclusión de Acosta no es firme, en el sentido de que su propia lógica le empuja hacia esta última hipótesis, pero ante su propio asombro por la solución que propone, opta por la ambigüedad, la ironía y la duda. Aún podríamos seguir enumerando multitud de observaciones o razonamientos sorprendentes para la época en que fueron formulados, teniendo en cuenta, sobre todo, la muy escasa información de que se disponía entonces. En esa línea se halla la descripción de la Cruz del Sur, indicando su desviación del polo, y la manera en que hay que tomar la altura sin cometer error; o la relación entre los fenómenos del vulcanismo y los terremotos o tantos y tantos otros hallazgos a los que cabe calificar de intuiciones aunque, en realidad, casi siempre son la consecuencia de un razonamiento lógico de extraordinario rigor, muy poco común entre los mejores intelectuales de su época. Acosta y la Lingüística Elvira Gangutía, en un estudio lleno de erudición y agudeza crítica ha destacado el papel de José de Acosta en lo que se refiere a su influencia en la formación de las teorías lingüísticas de la Europa de la Ilustración, justo antes de la gran explosión de la lingüística comparada (Gangutía, 1982).

El tema, por otra parte, se relaciona directamente con el ya enunciado evolucionismo cultural de Acosta, en el sentido de que la escritura constituye uno de los criterios más eficaces para manifestar un más alto y complejo desarrollo cultural. En el artículo de Gangutía se pone claramente de manifiesto el hecho de que las teorías semánticas de la Ilustración, que, al desplazar el centro de interés a los signos externos, sin los que no hay comunicación sino que es imposible el raciocinio, el análisis y el más elemental progreso humano, esbozan una teoría materialista de la lengua#, que se expresan específicamente en la obra de Condillac, proceden de José de Acosta a través de la obra de Warburton. Los capítulos 4 a 9 del libro VI de la Historia Natural y Moral de las Indias son la fuente primordial de Warburton, a partir del cual se incorporan estas ideas a la Ilustración europea. Acosta y la Etnología comparada Es evidente que las tesis relativas al evolucionismo cultural, a la escritura, y aun a los orígenes del hombre americano, no se hubiesen podido ni siquiera formular si no hubiese sido sobre la base de un sistemático análisis comparativo. De ahí que podamos afirmar que el método comparativo en Etnología tiene en el P. Acosta a uno de sus primeros y más eminentes defensores y practicantes. Fermín del Pino (1979: 22) se ha referido a la obvia comparación entre los reinos de Incas y Mexicas en la Historia Natural y Moral de las Indias, especificando los temas en los que se basa tal comparación: RELIGIÓN MÉXICO PERÚ 1.

Creencia en Dios V: 3 V: 3 2. Adoración natural Ausente V: 4 y 5 3. Adoración ídolos V: 4 y 9 Ausente 4. Honras fúnebres V: 8 V: 6 y 7 5. Adoración hombres V: 10 y 21 V: 6 6. Templos V: 13 V: 12 7. Sacerdotes V: 14 V: 14 8. Monasterios V: 16 V: 15 9. Penitencias V: 17 V: 17 10. Sacrificios V: 20-1 V: 18-9 11. Comunión V: 24 V: 23 12. Confesión Ausente V: 25 13. Hechiceros V: 26 V: 26 14. Bautismo Matrimonio V: 27 V: 27 15. Fiestas religiosas V: 29-30 V: 28 16. Calendario VI: 2 VI: 3 17. Escritura VI: 7 VI: 8 18. Correos VI: 10 VI: 10 y 17 19. Gobierno real VI: 11 VI: 11 20. Elección real VI: 24 VI: 12 21. Vasallos y servicios VI: 25 VI: 13 22. Edificios Ausente VI: 14 23. Hacienda Tributos Ausente VI: 15 24. Oficios comunes y especiales Ausente VI: 16 25. Castigos y premios Ausente VI: 18 26. Guerra y nobleza VI: 26 Ausente 27. Educación VI: 27 Ausente 28. Bailes y fiestas VI: 28 VI: 28 29. Orígenes históricos VII: 2-7 VI: 19 30. Hazañas reales VII: 8-22 VI: 20-2 31. Llegada española VII: 23-6 VI: 23 Lo que escapa a Fermín del Pino en este artículo, así como en el que dedica a la comparación con el mundo clásico en Acosta (Pino, 1979 y 1982), es el hecho de que toda la argumentación del P. José de Acosta, como había ocurrido anteriormente en el caso de la Apologética de Las Casas, está descansando en el hecho de que la defensa del indio por parte de ambos se basa en la igualdad o equiparación del valor de las culturas respectivas de incas, aztecas, griegos y romanos.

Si los griegos y romanos, nuestros antepasados, habían abandonado sus prácticas paganas, al descubrir la verdad divina a través de la palabra de Cristo, otro tanto podía esperarse de la predicación del Evangelio a mexicas e incas en el caso del Nuevo Mundo. Pero, además, esas civilizaciones se hallaban muy distantes de otras culturas de América, cuya falta de gobierno, y aun su salvajismo, no podía compararse al de los grandes reinos a los que dedica enteramente su Historia. Podríamos llegar a afirmar que toda la argumentación de Acosta, como había sido el caso de Las Casas, se hallaba encaminada a demostrar la validez de las misiones, y aun la conveniencia de utilizar sus propios fueros para gobernarlos, ya que son como sus leyes municipales. En una palabra, la justificación de su enfoque comparativo, de su evolucionismo cultural, y aun de su indigenismo o indianismo, reside en su concepción misionera, para la recuperación de esa humanidad nueva descubierta en América. Otros aspectos Siempre quedarán nuevos aspectos en la obra del P. José de Acosta a comentar, tan rica en valores es; pero no podemos cerrar estas páginas introductorias sin decir algo en relación con el supuesto plagio de que fue acusado nuestro autor, especialmente por un buen número de autores mexicanos, movidos sin duda por un espíritu nacionalista mal entendido que les llevó a deformar las cosas. El tema ha sido desarrollado hasta sus últimas consecuencias por otro mexicano ilustre, el Dr.

Edmundo O'Gorman, quien lo trata con suma minuciosidad en el apéndice de su introducción a la Historia de Acosta (O'Gorman, 1962: LXXV-XCV). No trataremos de resumir tema tan complejo y en el que tantas autoridades han intervenido: diremos únicamente que Acosta utilizó para el libro VII de su Historia Natural y Moral de las Indias una Segunda Relación que le enviara el P. Juan de Tovar, también conocida como Códice Ramírez, la cual había sido redactada tomando como base la Historia de las Indias de Nueva España y Islas de Tierra Firme del Dr. Diego Durán. Baste esta indicación para comprender cuáles fueron los hechos, que en la historiografía del siglo XIX serían calificados de manera tan grave, aplicando una ética que no encajaba ni con los hechos ni con la época. El manejo de fuentes indígenas mexicanas directamente, o a través del P. Tovar, se advierte en muchos pasajes de la obra, pero hay una expresión muy típica de los poetas precortesianos. Dice en un pasaje: Los valientes y valerosos hombres y todos los soldados viejos que seguirán la milicia, en oyendo la flautilla, con muy grande agonía y devoción pedían al dios de lo criado y al señor por quien vivimos; tal expresión en la forma en que aparece, además, no puede responder más que a una copia literal de un texto indígena (Acosta, 1962: 272 V 29). Lo mismo podemos decir de las referencias que hace en el capítulo siguiente (V 30) a representaciones teatrales en época precolombina: esas referencias se encuentran entre las escasísimas que tenemos sobre el teatro en la época anterior a la llegada de los españoles (Acosta, 1962: 278).

Notas sobre la presente edición La presente edición de la Historia Natural y Moral de las Indias del P. José de Acosta que, como ya hemos dicho, es la décima entre las españolas, ha sido concebida como una edición dirigida al gran público. Con ese fin se ha utilizado el texto fijado por el profesor Edmundo O'Gorman para la edición de Fondo de Cultura Económica. Con el fin de respetar en su integridad el texto de Acosta, se acompañan las notas del autor en la forma en que las ha desarrollado O'Gorman en esa misma edición de 1962, añadiéndole otras ciento cincuenta notas aclaratorias a algunos de los términos que plantean problemas de interpretación. José Alcina Franch

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