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Datos principales


Desarrollo


Lunes, 7 de enero Este día hizo tomar una agua que hacía la carabela (y) calafetalla, y fueron los marineros en tierra a traer leña, y diz que hallaron muchos almácigos y lináloe. Martes, 8 de enero Por el viento Leste y Sueste mucho que ventaba no partió este día, por lo cual mandó que se guarneciese la carabela de agua y leña y de todo lo necesario para todo el viaje, porque, aunque tenía voluntad de costear toda la costa de aquella Española que andando el camino pudiese; pero, porque los que puso en las carabelas por capitanes, que eran hermanos, conviene a saber, Martín Alonso Pinzón y Vicente Yañez, y otros que le seguían con soberbia y cudicia, estimando que todo era ya suyo, no mirando la honra que el Almirante les había hecho y dado, no habían obedecido ni obedecían sus mandamientos, antes hacían y decían muchas cosas no debidas contra él, y el Martín Alonso lo dejó desde el 21 de noviembre hasta 6 de enero sin causa ni razón, sino por su desobediencia, todo lo cual el Almirante había sufrido y callado por dar buen fin a su viaje; así que, por salir de tan mala compañía, con los cuales dice que cumplía disimular, aunque gente desmandada, y aunque tenía diz que consigo muchos hombres de bien, pero no era tiempo de entender en castigo, acordó volverse y no parar mas con la mayor priesa que le fuese posible. Entró en la barca y fue al río, que es allí junto hacia el Sursueste del Monte-Cristi una grande legua, donde iban los marineros a tomar agua para el navío, y halló que el arena de la boca del río, el cual es muy grande y hondo, era diz que toda llena de oro, y en tanto grado que era maravilla, puesto que era muy menudo.

Creía el Almirante que por venir por aquel río abajo se desmenuzaba por el camino, puesto, que dice, que en poco espacio halló muchos granos tan grandes como lentejas, mas de lo menudito dice que había mucha cantidad. Y porque la mar era llena y entraba el agua salada con la dulce, mandó subir con la barca el río arriba un tiro de piedra, hincheron los barriles desde la barca, y volviéndose a la carabela, hallaban metidos por los aros de los barriles pedacitos de oro, y lo mismo en los aros de la pipa. Puso por nombre el Almirante al río del Oro, el cual de dentro pasada la entrada muy hondo, aunque la entrada es baja y la boca muy ancha; y de él a la villa de la Navidad, diez y siete leguas. Entremedias hay otros muchos ríos grandes, en especial tres los cuales creía que debían tener mucho más oro que aquél, porque son más grandes, puesto que éste es cuasi tan grande como Guadalquivir por Córdoba, y de ellos a las minas del oro no hay veinte leguas. Dice más el Almirante, que no quiso tomar de la dicha arena que tenía tanto oro, pues Sus Altezas lo tenían todo en casa y a la puerta de su villa de la Navidad, sino venirse a más andar por llevalles las nuevas y por quitarse de la mala compañía que tenía y que siempre había dicho que era gente desmandada. Miércoles, 9 de enero A media noche levantó las velas con el viento Sueste y navegó al Lesnordeste; llegó a una punta que llamó Punta Roja, que está justamente al Leste del Monte-Cristi sesenta millas.

Y al abrigo de ella surgió a la tarde, que serían tres horas antes que anocheciese. No osó salir de allí de noche, porque había muchas restringas, hasta que se sepan, porque después serán provechosas si tienen, como deben tener, canales, y tienen mucho fondo y buen surgidero seguro de todos vientos. Estas tierras, desde Monte-Cristi hasta allí donde surgió, son tierras altas y llanas y muy lindas campiñas, y a las espaldas muy hermosos montes que van de Leste a Oueste, y son todos labrados y verdes, que es cosa de maravilla ver su hermosura, y tienen muchas riberas de agua. En toda esta tierra hay muchas tortugas, de las cuales tomaron los marineros en el Monte-Cristi que venían a desovar en tierra, y eran muy grandes, como una grande tablachina. El día pasado, cuando el Almirante iba al Río del Oro, dijo que vido tres sirenas que salieron bien alto de la mar, pero no eran tan hermosas como las pintan, que en alguna manera tenían forma de hombre en la cara. Dijo que otras veces vido algunas en Guinea, en la costa de la Manegueta. Dice que esta noche, con el nombre de Nuestro Señor, partiría a su viaje, sin más detenerse en cosa alguna, pues había hallado lo que buscaba, porque no quiere más enojo con aquel Martín Alonso hasta que Sus Altezas supiesen las nuevas de su viaje y de lo que ha hecho. "Y después no sufriré, dice él, hechos de malas personas y de poca virtud, las cuales contra quien les dio aquella honra presumen hacer su voluntad con poco acatamiento.

" Jueves, 10 de enero Partióse de donde había surgido y, al sol puesto, llegó a un río, al cual puso nombre Río de Gracia; está de la parte del Sueste tres leguas. Surgió a la boca, que es buen surgidero, a la parte del Leste. Para entrar dentro tiene un banco, que no tiene sino dos brazas de agua y muy angosto; dentro es buen puerto cerrado, sino que tiene mucha bruma. Y de ella iba la carabela Pinta, donde iba a Martín Alonso, muy maltratada, porque diz que estuvo allí resgatando diez y seis días, donde resgataron mucho oro, que era lo que deseba Martín Alonso. El cual, después que supo de los indios que el Almirante estaba en la costa de la misma isla Española y que no lo podía errar, se vino para él. Y diz que quisiera que toda la gente del navío jurara que no había estado allí sino seis días. Mas diz que era cosa tan pública su maldad, que no podía encubrir. El cual, dice el Almirante, tenía hechas leyes que fuese para él la mitad del oro que se resgatase o se hobiese. Y cuando hobo de partirse de allí, tomó cuatro hombres indios y dos mozos por fuerza, a los cuales el Almirante mandó dar de vestir y tornar en tierra que se fuesen a sus casas; "lo cual --dice-- es servicio de Vuestras Altezas, porque hombres y mujeres son todos de Vuestras Altezas, así de esta isla en especial como de las otras. Mas, aquí donde tienen ya asiento Vuestras Altezas, se debe hacer honra y favor a los pueblos, pues que en esta isla hay tanto oro y buenas tierras y especería".

Viernes, 11 de enero A media noche salió del río de Gracia con el terral. Navegó al Leste hasta un cabo que llamó Belprado cuatro leguas; y de allí al Sueste está el monte a quien puso Monte de Plata, y dice que hay ocho leguas. De allí al cabo que dijo del Belprado, al Leste cuarta del Sueste, está el cabo que dijo del ángel, y hay diez y ocho leguas; y de este cabo al Monte de Plata hay un golfo y tierras las mejores y más lindas del mundo, todas campiñas altas y hermosas, que van mucho la tierra adentro, y después hay una sierra que va de Leste a Oueste, muy grande y muy hermosa; y al pie del monte hay un puerto muy bueno, y en la entrada tiene catorce brazas. Y este monte es muy alto y hermoso, y todo esto es poblado mucho. Y creía el Almirante debía haber buenos ríos y mucho oro. Del Cabo del ángel al Leste cuarta del Sueste hay cuatro leguas a una punta que puso del Hierro, y al mismo camino, cuatro leguas, está una punta que llamó la Punta Seca. Y de allí al mismo camino, a seis leguas, está el cabo que dijo Redondo, y de allí al Leste está el Cabo Francés, y en este cabo, de la parte de Leste, hay una ancla grande, mas no le pareció haber surgidero. De allí una legua está el Cabo del Buen Tiempo; de éste al Sur cuarta del Sueste hay un cabo que llamó Tajado, una grande legua; de éste hacia el Sur vido otro cabo, y parecióle que habría quince leguas. Hoy hizo gran camino, por (que) el viento y las corrientes iban con él.

No oso surgir por miedo de los bajos, y así estuvo a la corda toda la noche. Sábado, 12 de enero Al cuarto del alba, navegó al Leste con viento fresco y anduvo así hasta el día, y en este tiempo veinte millas, y en dos horas después andaría veinticuatro millas. De allí vido al Sur tierra, y fue hacia ella, y estaría de ella cuarenta y ocho millas, y dice que, dando resguardo al navío, andaría esta noche 28 millas al Nornordeste. Cuando vido la tierra, llamó a un cabo que vido el Cabo de Padre e Hijo, porque a la punta de la parte del Este tiene dos farallones, mayor el uno que el otro. Después al Leste dos leguas vido una grande abra y muy hermosa entre dos grandes montañas, y vido que era grandísimo puerto, bueno y de muy buena entrada, pero, por ser muy de mañana y no perder camino, porque por la mayor parte del tiempo hace por allí Leste y entonces le lleva Nornorueste no quiso detenerse, mas, siguió su camino al Leste hasta un cabo muy alto y muy hermoso y todo de piedra tajado, a quien puso por nombre Cabo del Enamorado, el cual estaba al Leste de aquel puerto a quien llamó Puerto Sacro treinta y dos millas. Y en llegando a él, descubrió otro muy más hermoso y más alto y redondo, de peña todo, así como el Cabo de San Vicente en Portugal, y estaba del Enamorado al Leste doce millas. Después que llegó a emparejarse con el del Enamorado, vido, entremedias de él y de otro, vido que se hacía una grandísima bahía que tiene de ancho tres leguas, y en medio de ella está una isleta pequeñuela; el fondo es mucho a la entrada hasta tierra.

Surgió allí en doce brazas; envió la barca en tierra por agua y por ver si habían lengua, pero la gente toda huyó. Surgió también por ver si toda era aquella una tierra con la Española. Y lo que dijo ser golfo sospechaba no fuese otra isla por sí. Quedaba espantado de ser tan grande la isla Española. Domingo, 13 de enero No salió de este puerto por no hacer terral con que saliese. Quisiera salir por ir a otro mejor puerto, porque aquél era algo descubierto y porque quería ver en qué paraba la conjunción de la Luna con el Sol, que esperaba a 17 de este mes, y la oposición de ella con Júpiter y conjunción con Mercurio y el Sol en oposición con Júpiter, que es causa de grandes vientos. Envió la barca a tierra en una hermosa playa para que tomasen de los ajes para comer, y hallaron ciertos hombres con arcos y flechas, con los cuales se pararon a hablar y los compraron dos arcos y muchas flechas y rogaron a uno de ellos que fuese a hablar al Almirante a la carabela, y vino; el cual diz que era muy disforme en el acatadura más que otros que hubiese visto: tenía el rostro todo tiznado de carbón, puesto que en todas partes acostumbran de se teñir de diversos colores; traía todos los cabellos muy largos y encogidos y atados atrás, y después puestos en una redecilla de plumas de papagayos, y él así desnudo como los otros. Juzgó el Almirante que debía de ser de los caribes que comen los hombres, y que aquel golfo que ayer había visto, que hacía apartamiento de tierra y que sería isla por sí.

Preguntóle por los caribes y señalóle al Leste, cerca de allí; la cual diz que ayer vio el Almirante antes que entrase en aquella bahía, y díjole el indio que en ella había muy mucho oro, señalándole la popa de la carabela, que era bien grande, y que pedazos había tan grandes. Llamaba al oro tuob y no entendía por caona, como le llaman en la primera parte de la isla, ni por nocay, como le nombraban en San Salvador y en las otras islas. Al alambre o a un oro bajo llaman en la Española tuob. De la isla de Matinino dijo aquel indio que era toda poblada de mujeres sin hombres, y que en ella hay muy mucho tuob que es oro o alambre, y que es mas al Leste de Carib. También dijo de la isla de Goanin, adonde hay mucho tuob. De estas islas, dice el Almirante, que por muchas personas (hace) días había noticias. Dice más el Almirante, que en las islas pasadas estaban con gran temor de Carib, y en algunas le llamaban Caniba, pero en la Española Carib; y que debe de ser gente arriscada, pues andan por todas estas islas y comen la gente que pueden haber. Dice que entendían algunas palabras y por ellas diz que saca otras cosas, y que los indios que consigo traía entendían más, puesto que hallaba diferencia de lenguas por la gran distancia de las tierras. Mandó dar al indio de comer, y dióle pedazos de paño verde y colorado y cuentezuelas de vidrio, a que ellos son muy aficionados; y tornóle a enviar a tierra y díjole que trujese oro si lo había, lo cual creía por algunas cositas suyas que él traía.

En llegando la barca a tierra, estaban detrás los árboles bien cincuenta y cinco hombres desnudos, con los cabellos muy largos, así como las mujeres los traen en Castilla, detrás de la cabeza traían penachos de plumas de papagayos y de otras aves y cada uno traía su arco. Descendió el indio en tierra e hizo que los otros dejasen sus arcos y flechas, y un pedazo de palo que es como un hierro muy pesado que traen en lugar de la espada; los cuales después se llegaron a la barca, y la gente de la barca salió a tierra y comenzáronles a comprar los arcos y flechas y las otras armas, porque el Almirante así lo tenía ordenado. Vendidos dos arcos, no quisieron dar más, antes se aparejaron de arremeter a los cristianos y prendellos. Fueron corriendo a tomar sus arcos y flechas donde los tenían apartados y tornaron con cuerdas en las manos para diz que atar a los cristianos. Viéndolos venir corriendo a ellos, estando los cristianos apercibidos, porque siempre los avisaba de este el Almirante, arremetieron los cristianos a ellos, y dieron a un indio una gran cuchillada en las nalgas y a otro por los pechos hirieron con una saetada; a lo cual, visto que podían ganar poco, aunque no eran los cristianos sino siete y ellos cincuenta y tantos dieron a huir que no quedó ninguno, dejando uno aquí las flechas y otro allí los arcos. Mataran diz que los cristianos muchos de ellos, si el piloto que iba por capitán de ellos no lo estorbara. Volviéronse luego a la carabela los cristianos con su barca, y sabido por el Almirante, dijo que por una parte le había plazido y por otra no, porque hayan miedo a los cristianos, porque sin duda, dice él, la gente de allí es diz que de mal hacer y que creía que eran los de Carib y que comiesen los hombres, y porque viniendo por allí la barca que dejó a los treinta y nueve hombres en la fortaleza y Villa de la Navidad, tengan miedo de hacerles algún mal: y que si no son de los caribes, al menos deben ser fronteros y de las mismas costumbres y gente sin miedo, no como los otros de las otras islas, que son cobardes y sin armas fuera de razón. Todo esto dice el Almirante y que querría tomar algunos de ellos. Diz que hacían muchas ahumadas como acostumbraban en aquella isla Española.

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