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Desarrollo


Lunes, 5 de noviembre En amaneciendo, mandó poner la nao a monte y los otros navíos, pero no todos juntos, sino que quedasen siempre dos en el lugar donde estaban, por la seguridad, aunque dice que aquella gente era muy segura, y sin temor se pudieran poner todos los navíos juntos en el monte. Estando así vino el contramaestre de la Niña a pedir albricias al Almirante porque había hallada almáciga, mas no traía la muestra porque se le había caído. Prometióselas el Almirante y envió a Rodrigo Sánchez y a Maestre Diego a los árboles y trajeron un poco de ella, la cual guardó para llevar a los reyes y también del árbol; y dice que se conoció que era almáciga, aunque se ha de coger a sus tiempos, y que había en aquella comarca para sacar mil quintales cada año. Halló, dice, que allí mucho de aquel palo que le pareció lignaloe. Dice mas, que aquel puerto de Mares es de los mejores del mundo, y mejores aires y más mansa gente, y porque tiene un cabo de peña altillo, se puede hacer una fortaleza, para que, si aquello saliese rico y cosa grande, estarían allí los moradores seguros de cualquiera otras naciones. Y dice: "Nuestro Señor, en cuyas manos están todas las victorias, adereza todo lo que fuere su servicio". Dice que dijo un indio por señas que el almáciga era buena para cuando les dolía el estomago. Martes, 6 de noviembre Ayer en la noche, dice el Almirante, vinieron los dos hombres que había enviado a ver la tierra dentro, y le dijeron como habían andado doce leguas que había hasta una población de cincuenta casas, donde dice que habría mil vecinos porque viven muchos en una casa.

Estas casas son de manera de alfaneques grandísimos. Dijeron que los habían recibido con gran solemnidad, según su costumbre, y todos, así hombres como mujeres, los venían a ver, y aposentáronlos en las mejores casas; los cuales los tocaban y los besaban las manos y los pies maravillándose y creyendo que venían del Cielo, y así se lo daban a entender. Dábanles de comer de lo que tenían. Dijeron que en llegando los llevaron de brazos los más honrados del pueblo a la casa principal, y diéronles dos sillas en que se sentaron, y ellos todos se sentaron en el suelo en derredor de ellos. El indio que con ellos iba les notificó la manera de vivir de los cristianos y cómo eran buena gente. Después, saliéronse los hombres, y entraron las mujeres y sentáronse de la misma manera en derredor de ellos, besándoles las manos y los pies, palpándolos, atentándolos si eran de carne y de hueso como ellos. Rogábanles que se estuviesen allí con ellos al menos por cinco días. Mostraron la canela y pimienta y otras especias que el Almirante les había dado, y dijéronles por senas que mucha de ella había cerca de allí al Sueste, pero que en allí no sabían si la había. Visto como no tenían recaudo de ciudad, se volvieron, y que si quisieran dar lugar a los que con ellos se querían venir, que más de quinientos hombres y mujeres vinieran con ellos, porque pensaban que se volvían al cielo. Vino, empero, con ellos un principal del pueblo y un su hijo y un hombre suyo.

Habló con ellos el Almirante, hízoles mucha honra, señalóle muchas tierras e islas que había en aquellas partes. Pensó de traerlo a los Reyes, y dice que no supo qué se le antojó parece que de miedo, y de noche oscuro quísose ir a tierra. Y el Almirante dice que porque tenía la nao en seco en tierra, no le queriendo enojar, le dejó ir, diciendo que en amaneciendo lo tornaría; el cual nunca tornó. Hallaron los dos cristianos por el camino mucha gente que atravesaba a sus pueblos, mujeres y hombres, con un tizón en la mano, hierbas para tomar sus sahumerios que acostumbraban. No hallaron población por el camino de mas de cinco casas, y todos les hacían el mismo acatamiento. Vieron muchas maneras de árboles e hierbas y flores odoríferas. Vieron aves de muchas maneras diversas de las de España, salvo perdices y ruiseñores que cantaban y ánsares, que de estos hay allí hartos; bestias de cuatro pies no vieron, salvo perros que no ladraban. La tierra muy fértil y muy labrada de aquellos mames y fexoes y habas muy diversas de las nuestras, eso mismo panizo y mucha cantidad de algodón cogido y hilado y obrado; y que en una sola casa habían visto más de quinientas arrobas y que se pudiera haber allí cada año cuatro mil quintales. Dice el Almirante que le parecía que no lo sembraban y que da fruto todo el año: es muy fino, tiene el capullo grande. Todo lo que aquella gente tenía dice que daba por muy vil precio, y que una gran espuerta de algodón daba por cabo de agujeta (o otra cosa que se le dé).

Son gente, dice el Almirante, muy sin mal ni de guerra, desnudos todos, hombres y mujeres, como sus madres los parió. Verdad es que las mujeres traen una cosa de algodón solamente tan grande que le cobija su natura y no más. Y son ellas de muy buen acatamiento, ni muy negras, salvo menos que canarias. "Tengo Por dicho, serenísimos Príncipes, dice el Almirante, que sabiendo la lengua dispuesta suya personas devotas religiosas, que luego todos se tornarían cristianos, y así espero en Nuestro Señor que Vuestras Altezas se determinarán a ello con mucha diligencia para tornar a la Iglesia tan grandes pueblos, y los convertirán, así como han destruído aquellos que no quisieron confesar el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo; y después de sus días, que todos somos mortales, dejarán sus reinos en muy tranquilo estado y limpios de herejía y maldad, y serán bien recibidos delante del Eterno Criador, al cual plega de les dar larga vida y acrecentamiento grande de mayores reinos y señoríos, y voluntad y disposición para acrecentar la santa religión cristiana, así como hasta aquí tienen hecho. Amén. Hoy tiré la nao de monte y me despacho para partir el jueves en nombre de Dios e ir a la Sueste a buscar del oro y especierías y descubrir tierra". Estas todas son palabras del Almirante, el cual pensó partir el jueves, pero porque lo hizo el viento contrario no pudo partir hasta doce días de noviembre.

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